Reflexiones

Por J. Antonio Medina

 El 8 de Diciembre hemos empezado el Año jubilar de la Misericordia que terminará en la Fiesta de Cristo Rey el 20 de noviembre del 2016. El Papa Francisco nos invita todos los católicos y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a que mostremos el rostro misericordioso de Dios al mundo, con nuestras actitudes y nuestras acciones. 

 El mundo necesita este mensaje de esperanza, pero sobretodo necesita testigos que vivan la misericordia como forma de vida. 

 Para motivarnos a vivir intensamente este año jubilar, el Papa Francisco, en nombre de la Iglesia, nos da el regalo de la Indulgencia plenaria. El Papa Pablo VI hace algunos años explicó en que consiste la indulgencia plenaria

 “La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos” (Pablo VI, Const. ap.Indulgentiarum doctrina, normas 1).

Por el Padre Erik Esparza 

Cada Navidad nos ofrecen tantas oportunidades para reflexionar sobre el significado de la Navidad. ¿Que te ayuda a reflexionar sobre la Navidad? ¿Es cuando pones tus luces o árbol de Navidad? ¿Es a través de sus regalos para la familia, amigos, o para los más necesitados? ¿Es en la cocina donde se toma el tiempo para hornear sorpresas para que otros disfruten? ¿Es mientras usted es voluntario en un comedor para necesitados local para asegurar que todos tienen una comida caliente para comer? ¿Es en la celebración de la Misa de Navidad donde la familia de Dios se une? Donde quiera que estés y en lo que sea que hagas, tómense el tiempo para reflexionar sobre el verdadero significado de la Navidad.

 “Da a quien te pida, y a quien te quita lo tuyo no se lo reclames”. (Lc, 6:30)

 Aunque es cierto que estamos en la temporada de dar, el desafío que nos presenta el Señor en el Evangelio de Lucas probablemente no es lo que teníamos en mente.  Por supuesto, estamos dispuestos a gastar nuestro dinero en regalos para nuestros seres queridos, y con suerte, si podemos, ofrecemos algo de nuestro tesoro a los más necesitados.  ¿Pero a quienes nos han hecho mal?  Esa es una propuesta más difícil.    

 Si continuamos leyendo en el mismo Evangelio, Jesús nos dice que es justo este tipo de generosidad lo que nos hace hijos de Dios.  “Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso”, dice.

 Hemos escuchado estas palabras recientemente como el eslogan para el Año de la Misericordia que nuestra Iglesia ha iniciado.  Existe un entusiasmo genuino en nuestra Diócesis sobre este Año al reflexionar nosotros sobre la Misericordia y discernir de qué manera podemos practicarla mejor en nuestras vidas.  A la vez, el mundo que nos rodea continúa: del trágico ataque en el Inland Regional Center en nuestra propia Diócesis este mes a los ataques en París el 13 de noviembre, puede ser difícil en esta situación ver la misericordia y ese espíritu de dar incondicionalmente a que nos llama el Señor.       

 Esto es especialmente doloroso cuando vemos a los millones de refugiados en nuestro planeta que huyen de la muerte y la miseria en su tierra natal pero cada día se les recibe con mayor recelo o incluso hostilidad.  Sería más fácil para nosotros ceder al temor, aunque legítimo, de este momento y decirles a nuestras hermanas y hermanos extranjeros, “no hay lugar en la posada”.  Pero eso no es lo que somos como católicos.  

 Podemos considerar la historia original de la Navidad, la manera en que nuestro Señor nació en el lugar más humilde después de una larga y arriesgada jornada desde una tierra lejana, y reconocer el rostro de Jesús en estos millones de refugiados.  El temor y el trauma que sentimos tras el ataque en San Bernardino son el mismo temor y trauma con los que ellos han vivido, que han acuciado su migración.  

 No descarto la necesidad de preocuparnos por la seguridad de nuestras familias y comunidades.  Vivimos en una era que nos llama a estar más alertas.  Debemos también reconocer y aceptar nuestros sentimientos hoy en día – ira, temor, tristeza – y resistir el impulso de simplemente “seguir adelante”.  

 Tengo la esperanza que después que hayamos recorrido este valle de oscuridad, después que hayamos llorado, dialogado los unos con los otros y orado, tendremos esperanza.  Es la misma esperanza que sentimos cada Navidad cuando celebramos la promesa de salvación que nos dio el nacimiento de nuestro Salvador, Emmanuel.  Verdaderamente, Dios está con nosotros más que nunca.  Respondamos a su llamado a dar de corazón y espíritu.

 Mis mejores deseos para ustedes y para sus seres queridos.  Les deseo una Navidad llena de júbilo y un Año Nuevo lleno de bendiciones.  

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