Feature

por Petra Alexander
 
En California podemos decir que estamos entre fuegos cruzados. El ciclo atmosférico  que se ha hecho entre el aumento de temperaturas, la presión atmosférica, las nubes y los vientos ha provocado tormentas eléctricas con truenos y rayos que incendian los bosques. El gobernador Gavin Newsom nos ha informado en esta semana que tan solo los fuegos mayores son 26. Nuestro condado de Riverside está en la lista de emergencias. El Valle de la Muerte reportó una temperatura record de 134 grados y tenemos testimonios de personas que vieron llover fuego del cielo, un pequeño tornado o remolino entre rayos, fuego y fuerte viento. Por supuesto que asociamos estas imágenes con las profecías del fin del mundo, y aunque Jesús nos advirtió que no sabemos ni el día ni la hora, todo estamos tensos con este coctel al que se le suma el COVID.
El Papa Francisco nos urgió a escuchar el grito de nuestro planeta en su conjunto, como una criatura sufriente que padece las consecuencias del abuso de sus recursos. Todavía faltan tantos católicos que se sumen a una lectura reflexiva de la encíclica Laudato Si, y hacer a un lado prejuicios de que este mensaje es para la ecología y poco tiene que ver con la fe. Pero sólo los ojos de la fe nos hacen ver el mundo interconectado. El creyente profundo encuentra la huella de Dios en toda su obra, y la invitación profunda a la paz nace de la serena contemplación de la armonía de la naturaleza. El creyente sincero no aparta sus elecciones libres, sus responsabilidades de los principios y verdades que cree. “Miren atentamente cómo viven, no vivan como imprudentes, sino como prudentes.” (Ef 5, 15) Somos seres dotados de razón y libre albedrío, en este desastre de la naturaleza, tenemos como humanidad mucho que ver y no lo queremos aceptar.
Vivimos una experiencia colectiva de amenaza a la vida. El virus, el clima enloquecido, nos provocan vulnerabilidad y frustración.  Los centros de salud mental insisten en el alza de sus estadísticas de manera semejante a los récords de la pandemia. La agencia Call OHA del Departamento del Trabajo identifica el “estrés del calor” como otra de las “Enfermedades del calor”. Este calor que nos irrita, que aumenta palpitaciones y baja la velocidad de nuestro pensamiento…  Identifiquemos los síntomas personales y globales que nos avisan sobre el peligro que corre la vida, la vida toda, la humana, la animal, la vegetal, la mineral…  no para subir el estrés, sino para motivar nuestra voluntad a hacer algo.  Cuenta todo: el árbol que plantas, el plástico que reciclas, la energía que ahorras, el gobernante que eliges.  Nuestra alerta estatal debe unirse con una alerta espiritual. El llamado de las autoridades civiles a colaborar guardando las medidas aunque nos cuesten. Guardarnos doblemente, porque el aire está muy contaminado, porque hay virus, porque hay peligro… y guardarnos internamente de sentimiento apocalípticos que aumentan la desesperación. “La tierra que recibimos pertenece también a los que vendrán…” Laudato Sí No. 159   Tomemos en serio el desastre natural, no como una desgracia aislado. Laudato Si nos dice: “El deterioro ético y cultural acompañan al deterioro ecológico” (No. 162) y nos da una lista para nuestro examen de conciencia sobre el consumo innecesario, egoísta de las relaciones humanas mal planteadas. El consumo de los padres por satisfacer las demandas inmediatistas y excesivas de los hijos, nuestra incapacidad de pensar seriamente en las futuras generaciones…     Que estos días de encierro, sean favorables para imaginar el futuro próximo, pero también para imaginar la solidaridad necesaria para transformar este presente.
Feature

Por Jeanette Arnquist

Mi amiga, Paati, cuyo esposo Dan recientemente murió a la edad de 53 del COVID-19 después de 8 semanas de hospitalización, publicó esto en Facebook: “COVID-19 es real.  Esto no se trata de tí, se trata de aquellos a quienes amas.”

Ella tiene la razón.  “Esto” no se trata de nosotros como individuos escogiendo por nosotros mismos porque realmente estamos todos juntos en esto.  Como nos enseñó el Papa Juan Pablo II en Sollicitudo Rei Socialis, “que todos seamos verdaderamente responsables de todos” (#38).  Las decisiones que hacemos sobre nuestro comportamiento en el tiempo de pandemia impactan a la comunidad entera.  Es ahí que entra la Enseñanza Social Católica sobre el Bien Común.

Por ejemplo, si yo escogería ir a pasar tiempo en bares y enfermarme con el Coronavirus, sería casi seguro que infectaría a mi esposo.  Probablemente los dos nos enfermaríamos gravemente, porque estamos viejos.  Nuestros hijos probablemente se expondrían por cuidar de nosotros.  Por falta de herramientas y habilidades profesionales, ellos quizás también se infectarían.  Y quien sabe hasta donde difundirían la enfermedad.  Sin duda, algunos de nosotros requeriríamos hospitalización, poniendo un peso adicional en los servicios  y trabajadores médicos que ya están sobre estresados.  Y algunos de nosotros quizás moriríamos. 

Si nos amamos haremos todo lo posible por no difundir la enfermedad.

En un artículo anterior usé esta cita de los documentos del Vaticano II para una definición del Bien Común en la Enseñanza Social Católica.

“La vida exige con suma urgencia que no haya nadie que ... se conforme con una ética meramente individualista. El deber de justicia y caridad se cumple cada vez más contribuyendo cada uno al bien común según la propia capacidad y la necesidad ajena, promoviendo y ayudando a las instituciones, así públicas como privadas, que sirven para mejorar las condiciones de vida del hombre. Gaudium et Spes (“Sobre la Iglesia en El Mundo Actual”), Vaticano II, 1965, #30.

Estoy incluyendo también esta cita de Gálatas 5:13-14.

Ustedes, hermanos, han sido llamados a la libertad. Pero no usen esta libertad para dar rienda suelta a sus instintos. Más bien sírvanse los unos a los otros por amor. Porque toda la ley se resume en este solo mandato: «Ama a tu prójimo como a ti mismo.»

En medio de esta pandemia, es el tiempo de analizar la situación a la luz de este principio.  ¿Cómo nos amamos y nos servimos los unos a los otros en estos tiempos sin precedentes?  Yo creo que comenzamos con nuestro entendimiento de que la libertad que Dios nos ha dado no es para auto-indulgencia, sino para el amor.  No existe ninguna tensión entre la libertad y el amor.

Si yo amo a mi familia, mi vecino, las personas que veo regularmente pero no conozco y las personas que nunca conoceré, me esforzaré por mantenerlos seguros y mantenerme segura también.  La libertad no me da el derecho de hacer lo que yo quiera hacer en cualquier momento.

Una de las hermanas que me dio clases en la primaria decía “Tu derecho de aventar tu brazo termina donde mi nariz comienza.” El amor me impide el dañar conscientemente a otra persona.  También me impide hacer cosas como conducir bajo la influencia de una sustancia controlada.  Me prohíbe hacer todo tipo de cosas que pudieran poner en peligro las vidas de los demás.  Esto incluye participar en comportamiento riesgoso solo porque es divertido o porque me hace sentir de la manera en que yo me quiero sentir.  Si me amo a mí misma y a los demás, no usaré mi libertad en vano.

California ha suspendido cantar durante la liturgia porque existe una gran cantidad de evidencia que el cantar puede propagar la difusión  del Coronavirus.  (Cuenten sus bendiciones. En Arizona la difusión del COVID-19 está tan fuera de control que la Diócesis de Tucson ha suspendido todas las Misas públicas de nuevo, después de solamente unas cuantas semanas de Misas limitadas, con distanciamiento social, al aire libre).  Les imploro,  mis amigos que sigan esta directriz con el bien común en mente. 

Permanezcan en casa cuando puedan. Eviten reuniones grandes.  Utilicen mascarilla facial.  Lávense las manos.

Si realmente amamos a Dios, a nosotros mismos y a los demás, usaremos nuestra libertad no solo para evitar dañar a los demás pero también para servirles.  Expresaremos nuestra fe en trabajar por darles de comer a los que tienen hambre, darles de beber a los que tienen sed, albergar a los que no tienen casa, visitar a los encarcelados y consolar a los afligidos.  En este tiempo que muchos de nosotros estamos practicando el distanciamiento social y quizás estemos en cuarentena, es un reto encontrar nuevas maneras de hacer esto.  En algunos casos, el mío por ejemplo, necesito encontrar maneras de hacer esto desde mi casa.  Todavía puedo escribir cheques.  Todavía puedo escribir cartas y hacer llamadas.  Y puedo votar por el Bien Común por correo. 


Jeanette Arnquist previamente fue la Directora del Departamento de Vida, Dignidad, y Justicia de la Diócesis de San Bernardino.  Es jubilada y vive en Tucson, Arizona donde permanece activa en ministerios de preocupaciones sociales.

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