por Petra Alexander
Para los hispanos católicos, la ceniza es una cita ineludible con un símbolo que nos conecta con nuestro final humano, la muerte, el acabamiento. En estos tiempos de pandemia, cuando hemos escuchado constantemente las recomendaciones que nos recuerdan que somos frágiles, que un virus puede generar el caos en nuestro sistema y terminar con nuestra salud, estamos temerosos con el alza de las barras estadísticas que miden el contagio y la muerte nos lleven a naufragar, sin llegar a un puerto de luz y seguridad. La invitación de volvernos al Señor, es sincera y no radica en el temor. La ceniza es un paso al frente para inclinar la cabeza y reconocer que estamos expuestos a una muerte biológica y espiritual si no reaccionamos a tiempo. La ceniza no es un ritual mágico que nos preserva de morir. La ceniza es un símbolo sobrio, humilde, y a la vez elocuente, que nos dice sin más: todo se pasa. La Iglesia ofrece la ceniza a nuestra cabeza y a nuestro corazón, como una invitación a salir de nosotros mismos, a dejar las ilusiones que nos distraen del propósito de nuestra vida. La ceniza equivale a un golpe de campana que nos despierta gritando: “Ahora es el tiempo, ahora es la oportunidad de volvernos al Señor”.
Tenemos contacto con la ceniza un día cada año. Hay otros sacramentales que se hacen presentes en diversas ocasiones, como el agua bendita o la luz de las velas. La ceniza es un símbolo inaugural y aunque abre la cuaresma, no va solo, porque es parte de un programa que se le propone al cristiano por las siguientes seis semanas. El Miércoles de Ceniza el evangelio nos pide hacer una práctica perseverante de la oración, el ayuno y la limosna. También en esta práctica debemos poner atención de realizarla en la tensión de una conversión hacia Dios. Cambiar en serio. Que nuestra oración no sea de cumplimiento, que nuestra limosna no sea de lo que nos sobra o de lo que no queremos, que nuestro ayuno no sea una costumbre. Si la ceniza es un símbolo para “caer en la cuenta”, debo hacer consciente el momento histórico marcado por el COVID. Hay mucho dolor en familias que han perdido a sus seres queridos, hay soledad en personas que se han quedado incomunicadas, hay cansancio en muchos niños que no entienden por qué seguir en casa o hasta cuándo, hay mucha incertidumbre en padres de familia que se han gastado los ahorros, que han perdido el trabajo… hay frustración en tantos jóvenes cuyos planes son inciertos… Todos podemos orar con sincera empatía por los hermanos que conocemos afectados y por lo que están lejos, pero los conocemos por las noticias. Todos podemos compartir algo, no sólo como una limosna material sino acompañarla de una donación de nuestro tiempo, de nuestra escucha, de nuestro acompañamiento. Todos podemos privarnos de algo para hacer mejor el mundo, y ayunar con alegría de alguna comida, pero también ayunar de comentarios inútiles, de enojos, de pesimismos… Comencemos nuestra cuaresma recibiendo este opaco símbolo recordando la invitación del Señor: el que no nazca de nuevo, no puede entrar en el Reino de Dios. (Jn3, 13)