Sin amor, no soy nada: el amor no tiene envidia, no es presumido, no es arrogante. “No vivan según los criterios del tiempo presente; al contrario, cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir y lleguen a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que les es grato, lo que es perfecto.” (Romanos 12:2)

 Podemos estar seguros de que Dios quiere lo mejor para nosotros. Envió a su único hijo, Jesús, para salvarnos (1 Juan 4:9) para que pudiéramos estar unidos a Él eternamente. Depende de nosotros, sin embargo, permitirle transformar nuestra mente y nuestro corazón para que podamos llegar a ser la mejor versión de nosotros mismos. San Pablo en su carta a los Corintios, nos habla de los comportamientos que nos impiden amarnos unos a otros de una manera que da vida: habla de los celos, de presumir y de ser arrogante como algunos comportamientos opuestos al amor. Cuando trabajamos en ser la mejor versión de nosotros mismos con la gracia de Dios, podemos amar a los demás auténticamente. 

 l Santo Padre, en Amoris Laetitia (AL), afirma que los celos son una manifestación de la tristeza por los logros de otro. La expresión de los celos puede atribuirse a muchas razones diferentes relacionadas con la inseguridad, el rechazo, la duda, y la pérdida de afecto. No es de extrañarse entonces, que los celos, el presumir y la arrogancia estén relacionados con emociones negativas como la ira, el miedo, y la tristeza. Estos comportamientos pueden dañar nuestra relación con nuestro cónyuge, hijos, padres, hermanos, otros miembros de la familia y amigos.

 n la Biblia, aprendemos lo que los celos hicieron a la relación de José con sus hermanos, así como lo que los celos hacen a nuestras relaciones (Génesis 37:3-17). José era un hijo favorecido que compartió un sueño sobre un futuro brillante para él; entonces, sus hermanos celosos encontraron la manera de deshacerse de él. Los celos de sus hermanos mantuvieron a José completamente aislado de su familia. Los celos son algo que todos podemos sentir en un momento dado. Si no aprendemos a reconocerlos y resolverlos, los celos pueden destruirnos. 

 i estamos tratando intencionalmente de construir una relación basada en acciones amorosas, debemos trabajar para eliminar los malos hábitos que hacen imposible el amor auténtico. Cuando luchamos contra los celos, el presumir o la arrogancia, especialmente en nuestros matrimonios, debemos darnos permiso el uno al otro, para señalar de una manera amorosa y gentil tales comportamientos. 

 l Papa Francisco escribe que “mientras el amor nos hace salir de nosotros mismos, la envidia nos lleva a centrarnos en el propio yo” (AL #95). Sobre el presumir, afirma que “quien ama, no sólo evita hablar demasiado de sí mismo, sino que además, porque está centrado en los demás, sabe ubicarse en su lugar sin pretender ser el centro” (AL #97). Por último, dice que “ para disponerse a un verdadero encuentro con el otro, se requiere una mirada amable puesta en él. Esto no es posible cuando reina un pesimismo que destaca defectos y errores ajenos [la arrogancia], quizás para compensar los propios complejos” (AL #100). Estamos llamados a trabajar en reemplazar estos comportamientos que nos dañan, con la confianza, la humildad y la bondad, para que nuestra relación con Dios y con los demás florezca.

 ara concluir, si nos importan lo suficiente nuestras relaciones, queremos trabajar en nosotros mismos. Sin embargo, el problema con muchas personas hoy en día es que quieren que la otra persona cambie primero. Tenemos que dejar de señalar con el dedo a los demás, y en cambio trabajar en convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos primero.

 


 Mario y Paola Martínez son los co-directores de la Oficina de Pastoral Matrimonial y Familiar de la Diócesis de San Bernardino.