Estamos celebrando diez años de convertirnos en una Iglesia que fortalece matrimonios, para que las vidas de las personas se llenen de esperanza.
El 14 de febrero del 2010, Monseñor Gerald R. Barnes, Obispo de la Diócesis de San Bernardino, publicó una carta anunciando una Iniciativa Matrimonial de 5 años que tiene como objetivo promover un enfoque integral de la educación continua para la vocación al Sacramento del Matrimonio, en todas las etapas de la vida. A través de la Oficina para el Ministerio de la Catequesis, la diócesis inició un camino único para promover, apoyar, fortalecer y proteger el matrimonio como fundamento de toda Familia Cristiana. La visión diocesana reconoce que “la familia es la unidad básica de la Iglesia, donde se transmite la fe. Considerando que las relaciones familiares son las que determinan el rumbo de nuestras vidas más que cualquier otra experiencia”.
Hoy tenemos una oficina diocesana que sigue proporcionando un marco de trabajo para ampliar la visión para la formación a las vocaciones del matrimonio y la vida familiar. La esencia de la Oficina de Pastoral Matrimonial y Familiar es la vida eclesial del matrimonio y la familia (La Iglesia Doméstica). No sólo se centra en el momento de la boda, sino que quiere acompañar a las familias en su viaje hacia el crecimiento en el amor. El objetivo principal es crear conciencia sobre la importancia de proporcionar una nueva visión con respecto a las vocaciones para el matrimonio y la vida familiar; para ayudarnos a crear una cultura de vida en la que la formación/educación matrimonial sea vista como una parte integral de la vida de las personas al convertirse en una Iglesia Doméstica.
Según la Constitución Dogmática Sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II: “La familia, es por así decirlo, la Iglesia Doméstica” (Lumen Gentium #11). Es en la Iglesia Doméstica que por primera vez aprendemos quién es Dios, y cómo rezar por Su voluntad en nuestras vidas. Se vive una experiencia eclesial entre los miembros de una familia que tienen una experiencia íntima de Iglesia, el lugar donde por primera vez se tiene un encuentro con el amor, el perdón y la confianza. En la Iglesia familiar, cuyos miembros están llamados a encarnar a Cristo en la vida cotidiana.
La teoría de la socialización sugiere que las personas pueden aprender observando los comportamientos de los demás. La socialización en la Iglesia Doméstica influye en el desarrollo y la devoción a las tradiciones religiosas en los niños. En muchas culturas, la influencia de la religión puede comenzar a una edad temprana cuando los padres comparten las tradiciones religiosas a través de la enseñanza, las discusiones y modelando los comportamientos religiosos (ejemplos: los rezos, el persignarse, rezar de rodillas…). A medida que el niño continúa desarrollándose, el adulto emergente desarrolla su identidad a medida que se separa de sus padres, pero aún confía profundamente en ellos. Por lo tanto, el papel de los padres en compartir la Buena Nueva es una práctica de toda la vida. A medida que una persona entra en la edad de adulto, las nuevas experiencias de los roles de vida pueden cambiar sus puntos de vista del mundo, por lo que resulta en un reexamen de sus creencias religiosas. La experiencia de una auténtica Iglesia Doméstica según el plan de Dios es un componente esencial en el desarrollo de puntos de vista saludables con respecto a la vivencia de nuestra fe.
Entonces, ¿cómo seguimos siendo una Iglesia que fortalece matrimonios? Aquí hay cuatro recomendaciones. En primer lugar, en cada oportunidad que tengamos hay que proteger y abogar por el sacramento del matrimonio. En segundo lugar, podemos participar en eventos como retiros, talleres y clases que nos preparen para el sacramento del matrimonio, o que enriquecen nuestra vida conyugal, e incluso que puedan restaurar nuestro matrimonio y vida familiar. Tercero, hay que tener conversaciones honestas con nuestras familias y amigos sobre los desafíos y la belleza del matrimonio y la vida familiar. Por último, hay que convertirnos en testigos de la misericordia y la gracia de Dios a través de la forma en que vivimos nuestras vocaciones, en lo ordinario de cada día.