“Nadie tiene un amor mayor que éste: que uno dé su vida por sus amigos”.

 El Señor Jesús nos ofrece esta desafiante enseñanza en el Evangelio de Juan que nos llama a muchas cualidades que procuramos como personas de fe: sacrificio, lealtad, fidelidad…y yo agregaría, unidad. 

 Puede parecer, cuando analizamos los acontecimientos que ocurren en nuestro mundo, nuestro país e incluso en algunas de nuestras comunidades, que esa unidad es cada día más difícil de alcanzar. Vemos más conflicto, más división en la sociedad. Las diferencias de raza, género, religión, opinión política y otras distinciones se convierten en barreras para la unidad. Todas ellas influyen en la campaña para elegir a nuestro próximo presidente que, si bien está sólo en la etapa de elección primaria, ha alcanzado ya un nivel de descortesía y hostilidad sin precedentes. 

 Como personas de fe, ¿qué debemos hacer?

 En nuestros propios prejuicios y temores podríamos sentirnos tentados a “escoger un lado”. Pero posteriormente en el mismo capítulo del Evangelio de Juan, Jesús es simple y claro en su prescripción: “Ámense los unos a los otros”. No dice que ames solamente a quienes comparten tu mismo color de piel, lengua materna o afiliación a un partido político. Jesús oró para que seamos uno (como Él y el Padre son uno). Oró por nuestra unidad, no uniformidad. No oró para que todos seamos iguales sino para que nos preocupemos los unos por los otros; nos perdonemos los unos a los otros; nos respetemos los unos a los otros; nos amemos los unos a los otros. 

 Anteriormente en el Evangelio de Juan, el Señor se acerca a la samaritana en el pozo. ¿Tomó el agua que buscaba? No sabemos, pero al extenderle su Misericordia, él nos muestra cómo derribar las barreras de género, clase y denominación religiosa. 

  A finales de febrero tuve el gran placer de asistir al Congreso Anual de Educación Religiosa en Anaheim donde me encontré con tantas personas que están vivas en su fe y paladeaban la oportunidad de aprender y crecer en su relación con Dios. 

 Sentí que había ahí un fuerte sentido de unidad. La pregunta es, ¿cómo, en este Año de la Misericordia que estamos viviendo, llevamos ese espíritu a nuestro lugar de trabajo, a nuestro salón de clases, a nuestra comunidad parroquial, a nuestro hogar familiar? ¿Qué pasa cuando nos encontramos con alguien que está al otro lado de esa barrera – que no se parece a nosotros, o que no profesa la misma fe, o que no está de acuerdo con nosotros en un tema en particular? Podemos hablar el uno con el otro de una manera que reconoce primero que cada uno de nosotros es creado y amado por Dios. Entonces podemos sostener un diálogo respetuoso y si no podemos ponernos de acuerdo en un tema en particular, no se ha hecho daño alguno. Un debate fundado en el civismo y el respeto es un debate saludable. 

 Estamos ahora en el Tiempo de Pascua, un tiempo en que debemos sentir la alegría de la Resurrección del Señor y compartir esa alegría con los demás. Llevemos con nosotros ese resplandor de la Pascua al derribar las barreras que impiden que seamos hermanos y hermanas en Jesucristo. 

 Que Dios les bendiga a ustedes y a sus familias.