El siguiente es un fragmento del discurso del Obispo Barnes durante la Reunión de Vicariatos el 11 de febrero en la Parroquia Santa Francisca Javiera Cabrini en Yucaipa.

 Y  bien, el Papa Francisco nos da el Año de la Misericordia, un año para reflexionar sobre esa parte de nuestra identidad. Un año para que analicemos la manera en que nosotros, en momentos de problemas y caos, hemos sido tocados por la Misericordia de Dios. Un año para mostrar nuestro agradecimiento por todo lo que Dios nos ha dado, especialmente durante los momentos difíciles en nuestras vidas. Lo hacemos de manera personal, pero lo hacemos también como parroquia, como escuela, como diócesis. Estamos llamados a reflexionar sobre la manera en que nosotros como comunidad hemos mostrado la Misericordia de Dios a nuestros hermanos y hermanas. ¿Cómo lo hacemos en nuestro servicio y en nuestro ministerio a los demás? 

  Y sabemos que la gente viene a nuestras parroquias cuando están consternados, cuando se encuentran en situaciones caóticas, cuando tienen necesidad, cuando se sienten inseguros, cuando están preocupados, cuando sienten temor. Vienen a nosotros; vienen en multitudes a nuestras iglesias después de una tragedia ya sea ocasionada por el hombre o por la naturaleza. Quieren asistir a la Misa dominical, quieren reunirse para orar. Vienen en busca del Sacramento de la Confesión; algunos vienen porque quieren que les demos un consejo sobre cómo formar a sus hijos o cómo lidiar con las situaciones maritales en sus vidas. Algunos acuden a nosotros en busca de ayuda económica como alimentos de nuestras despensas, dinero para ayudarles a pagar el alquiler de su vivienda, comprar medicamentos, pagar sus cuentas, sepultar a sus muertos. Recurren a nosotros en nuestras parroquias cuando alguien en la familia está enfermo o agonizando. Acuden a nosotros en busca de un lugar donde puedan encontrar esperanza, la Misericordia de Dios. ¿La encuentran? 

 ¿Qué tipo de actitud los recibe? ¿Es una actitud de buena acogida, una actitud que restaura su dignidad, que los hace sentir en casa, que pueden decir lo que quieren? ¿O encuentran una actitud de negatividad, que nos quejamos porque vienen? ¿Encuentran personas que no creen en ellos? ¿Que los desaniman? ¿Que los juzgan? ¿Porque nos están quitando nuestro valioso tiempo? ¿Encuentran a una persona impaciente, porque no quieran que los molesten? ¿Que no escucha su historia en particular porque ya la han escuchado antes? ¿Se les recibe con reglas que nunca son flexibles y que se han establecido de una manera que rebajan y degradan? ¿Descubren que las cuotas que tenemos les han impedido recibir servicios o los sacramentos? ¿Encuentran personas pesimistas que anticipan lo peor? 

 Esto no es lo que el Papa visualiza como una iglesia de Misericordia. Todos podemos recordar los buenos maestros que hemos tenido, los buenos sacerdotes que ha sido parte de nuestras vidas; buenos entrenadores en nuestros deportes, buenas monjas, diáconos que han ejemplificado nuestra fe. Personas que nos han mostrado el rostro de Dios, y todos podemos recordar algunos en nuestras familias, personas como esas. No estoy diciendo que sea fácil, pero es nuestro llamado, es nuestra misión, es la razón de nuestra existencia. 

 Y tal vez una manera en que podemos reflexionar sobre cómo hemos vivido nuestra misericordia en nuestras parroquias y escuelas es enfocándonos en lo que identificamos hace 16 años como valores centrales para nuestra Diócesis. 

 Hospitalidad: ¿Cómo recibimos a la gente, cómo los recibimos en nuestras oficinas, en nuestros programas parroquiales? ¿Los escuchamos? ¿Les damos nuestro tiempo? ¿Evitamos juzgarlos? ¿Los recibimos como miembros de nuestra familia? ¿Celebramos su presencia entre nosotros? ¿Los vemos como una bendición para nuestra comunidad? ¿Somos sensibles a las muchas culturas y comportamientos que conforman nuestras parroquias en nuestra diócesis? ¿Encuentran ellos esa acogida del Padre misericordioso en nuestras parroquias, en nuestras escuelas, en nuestros ministerios? Sé que no todos son fáciles de tratar. 

 Compartir la fe: ¿Escuchamos las historias de otras personas? No les contamos su historia sino que escuchamos sus historias. Caminamos con ellos, con sus esperanzas y sus sueños al igual que sus dolores y sus pesares. Vemos a Cristo en ellos; valoramos sus ideas y experiencias. No desestimemos a la gente. Ellos están compartiendo su fe con nosotros 

 Les cuento esta historia que compartió la reconocida catequista Maria Aims. Ella contó esta historia de un niño que vive en México y su padre había venido al norte en busca de trabajo y nunca más supieron de él. La madre estaba enferma y pasaba la mayor parte del día en cama. El niño tenía tres hermanas. El niño, Juanito, iba de puerta en puerta para ver si podía llevar algo de comida a casa. Va a la primera casa, a la cual había ido varias veces, y la señora abre la puerta y le dice, “Oh, eres tú otra vez. Vienes aquí cada tercer día a pedir ayuda; te he ayudado, ya no puedo ayudarte más. Busca a alguien más que te ayude o ayúdate tú mismo”. Da un portazo. 

 Entonces va a la siguiente casa y esta señora está ahí y dice, “Oh Juanito, pensé que vendrías hoy. Mira, tengo un taquito que envolví aquí. Te lo voy a dar porque sé que es lo que necesitas, ¿de acuerdo? Luego va a la siguiente casa y la señora ahí dice, “Oh, esperaba que vinieras hoy porque necesito un favor. ¿Puedes ir a comprarme pan y leche y te daré algo?” Va y regresa y ella le da unas cuantas naranjas y manzanas y él dice que regresará mañana en caso que ella necesite algo. Luego va a la casa al final de la calle y toca a la puerta y otra señora sale y lo mira y dice, “¿Sí?” Dice, “Bueno, ¿cómo te llamas? ¿Dónde vives? Y luego lo invita a pasar, se sienta en el sofá, llama a su esposo. Continúa, “¿Por qué no estás en la escuela? ¿Dónde está tu mamá? ¿Dónde está tu papá?” Ella escucha la historia del niño y luego lo ayuda. 

 ¿Qué tipo de obispo soy yo? ¿Qué tipo de sacerdote, monja, diácono, coordinador pastoral, oficinista, catequista, empleado escolar? ¿Somos los que dicen, ya hice mi parte así que dejaré que los demás hagan el resto? ¿O somos los que dicen, sé lo que necesitas. Ya lo tengo envuelto en este bonito paquete? ¿O soy el que dice, haré algo por ti si tú haces algo por mí? ¿O somos los que escuchan la historia con empatía y misericordia y procedemos en base a lo que escuchamos? 

 El tercer valor que tenemos como diócesis es el valor de la reconciliación. Así que necesitamos preguntar, en nuestros programas, ¿necesitamos ofrecer esa oportunidad para el Sacramento de Reconciliación que mejor se ajuste a las personas que están ahí, no a nuestra agenda? ¿De qué manera abordamos los diferentes problemas que dividen a nuestra gente aun en nuestra parroquia, escuela y ministerio, a nuestros empleados? ¿Cómo construimos puentes? ¿Cómo llevamos sanación en momentos de desolación y caos? ¿Tenemos cuidado con la manera en que decimos las cosas? ¿Tenemos cuidado con nuestros gestos y nuestro tono de voz? ¿Qué palabras utilizamos que expresen la compasión de Dios y el perdón de Dios? Monseñor [Tom] Wallace, siempre un buen ejemplo para todos nosotros, me dijo, “Señor Obispo, uno puede decir no, pero decirlo con amabilidad”. 

  Y el cuarto valor es la colaboración. Es difícil entender el concepto; aun después de todos estos años todavía seguimos tratando de entenderlo. Algunos de nosotros estamos en puestos de autoridad o control o prestigio…Algunos de nosotros no hemos llegado a entender realmente el valor de la humildad que es esencial en el ministerio. Así que necesitamos hacer la pregunta, ¿mostramos actitudes de orgullo o superioridad? ¿Intimidamos a los demás como si ellos no tuvieran nada que ofrecer? ¿O reconocemos la singularidad que Dios le ha dado a cada persona que viene a nosotros? ¿Y trabajamos para integrar esos dones en un equipo, una asociación para honor y gloria de Dios? 

 En el mundo secular hablaríamos de servicio al cliente. Yo crecí en una tiendita de abarrotes y necesitábamos que la gente siguiera viniendo a esa tienda. Mi papá decía, “el cliente siempre tiene la razón. Aun cuando el cliente está equivocado, siempre tiene la razón”. ¿Qué tipo de servicio al cliente le estamos dando a nuestra gente? ¿Es una extensión de la misericordia de Dios? Porque la gente viene a nosotros en momentos de problemas, necesitan que estemos con ellos cuando se sienten perdidos o abandonados. Necesitamos que nuestra gente siga viniendo a nosotros y necesitamos prepararlos y prepararnos nosotros para ir a los que no vienen más. Eso es lo que Dios considera bendiciones, es lo que es ser misericordiosos como el Padre. 

 No podemos practicar la misericordia este año y volver a la manera en que eran las cosas después que termine este Año de la Misericordia. Nuestra familia debe recuperar la misericordia de Dios como su iglesia en nuestros días. Saben, a veces cuando la gente habla de la Diócesis…algunos dirán, ‘realmente apoyan la inmigración’. Algunos dirán, ‘realmente invierten mucho en la formación de los laicos’. Algunos dirán, ‘tienen un tremendo clero internacional que sirve a toda la gente’. Se nos conoce por diferentes cosas en muchos estados y en el país. Espero que se nos conozca también como una diócesis que muestra la Misericordia de Dios. Que digan, ‘cuando vas a la Diócesis de San Bernardino, puedes ver, sentir, tocar y gustar la misericordia de Dios’.