Por Petra Alexander
¿Cómo encuentra Usted a su pueblo en los Estados Unidos de América?
R/ Lo encuentro numeroso. Crece el número de guatemaltecos que buscan una mejor vida. Cada vez que vengo compruebo esto me hace ver en primer lugar, que perdemos a numerosos agentes pastorales de nuestra pastoral que ahora están acá. Deseo que al llegar a las parroquias de los Estados Unidos, se aproveche la formación que les hemos dado y que puedan servir e integrarse en las parroquias. En segundo lugar, veo que la situación migratoria sigue muy tensa, sin que se logre la Reforma Migratoria Integral. Son años de esperar una migración ordenada, legalizada, organizada y justa, que no exponga a los inmigrantes a tantos peligros, sobre todo a los carteles de la droga. Sabemos de inmigrantes que han sido víctimas de los carteles, o del tráfico humano. La frontera de Guatemala es muy larga y difícil de controlar. Muchos migrantes vienen y no encuentran el trabajo que soñaron. Un tercer tema es el de los menores no acompañados que quedan todavía niños de los que no se sabe. En Guatemala hay un nuevo gobierno, sin embargo, queda un largo camino por tantas fuerzas de oposición, la lucha contra la corrupción y el deterioro ecológico que tiene nuestro país.
Ante la inmigración global, los migrantes sufren más y la situación se complejiza. Ya nos ha hablado de los que se vienen, ¿qué nos puede decir de los que se quedan?
R/La inmigración actual es forzada porque sus causas son económicas. Una de las primeras consecuencias es la desintegración familiar. Muchos guatemaltecos no vendrían por las condiciones climáticas, con los fríos y calores extremos. Tampoco se vendrían por los riesgos de cruzar las fronteras y la dificultad de otra lengua. La mayoría de los inmigrantes son indígenas. En la diócesis de Huehuetenango se hablan 8 idiomas mayas. Estos hermanos y hermanas enfrentan un choque cultural y mucha discriminación. La discriminación es un drama y un escándalo, no nos tratamos como hermanos y hermanas. Necesitamos recuperar el sentido de la Carta a Diogneto, donde una de las características de los cristianos verdaderos es que ven a todos como hermanos. Nadie es extranjero, aunque esté en tierras ajenas. Necesitamos inculcar este principio, sobr e todo a los que hacen las leyes.
Encontrar la discriminación en nuestras sociedades y comunidades, ¿Qué nos dice?
R/ Que no estamos suficientemente evangelizados. Ya lo dijo el Papa San Juan Pablo II: “la crisis actual es que la fe no se demuestra con obras.” Es eco de la carta del apóstol Santiago, que señaló la discriminación como un pecado. Como confesor que en 54 años de ser sacerdote he escuchado miles de confesiones y poquísimas veces se acusa un cristiano de discriminación a los indígenas. Necesitamos una moral en el marco del gran mandamiento de Amar al Prójimo, siendo Buenos Samaritanos. Tenemos mucho trabajo pendiente en la formación de la conciencia moral.
¿Cuál es para usted una consigna de nuestra pastoral con los inmigrantes?
R/ La respuesta la ha dado el Papa Francisco con los verbos: proteger, acoger, integrar y promover. Allí tenemos la pista exacta para actuar como ciudadanos conscientes.
¿Cómo continuar los dones que ya la Iglesia de origen comenzó a trabajar en los indígenas para acompañarlos hacia la madurez?
R/ Hay desafíos difíciles no sólo en los Estados Unidos, también en Guatemala, tenemos comunidades nativas y otras que llaman “ladinas”. Hemos tardado mucho en tener clero indígena. El tema de fondo es fundar nuestra integración cultural, con sus diversos idiomas, usos y costumbres en verdaderos valores humanos que nos permitan sentir que somos hermanos y hermanas.
¿Qué hacer en nuestra acción pastoral para integrar la diversidad sin perder la originalidad de cada cultura?
R/ Es un trabajo laborioso e intenso. Los pastores y líderes debemos pedir con mucha humildad al Espíritu Santo que nos de la prudencia y que avive la inteligencia para promover la unidad. Uno de los retos grandes para los obispos es respetar la diversidad sin afectar la unidad. Fortalecer la unidad sin menospreciar la diversidad. Por eso en todo el periodo de formación, a los seminaristas se les ayuda a desarrollar un discernimiento pastoral. Vamos encontrando modos y vamos caminando.
¿Cómo inculturar el Evangelio no sólo entre las diferentes comunidades, sino también en las distintas generaciones?
R/ Es un reto fuerte. En cada diócesis el obispo debe orientar la pastoral según sus comunidades. Un obispo no puede hacerlo solo, necesita de sus sacerdotes. Hay resistencias, y tenemos que dar pasos. Si hacemos un análisis de los inmigrantes, muchos guatemaltecos ya desde sus lugares de origen se sienten rechazados. El cristianismo tiene la capacidad de integrar distintas edades, situaciones económicas, realidades culturales. Cuando el cristianismo se siembra en los corazones, se cosecha la integración.
¿Qué mensaje le deja Usted a sus inmigrantes?
R/ Que nunca se avergüencen de ser indígenas. Que no se sientan abatidos ni humillados por el racismo. Que todos tenemos una dignidad y que Dios nos hizo personas. No somos animales. Tenemos la misma fe, creemos en el mismo Señor, tratamos de vivir los mandamientos: Amar a nuestro prójimo como a sí mismo. Es la llave para integrar a los que vienen de periferias en una sola comunidad. No debe haber divorcio entre fe y vida, esta es la crisis del cristianismo. Quitar la incoherencia de nuestras vidas. Es triste que hay católicos que están en las celebraciones dominicales, rezan, cantan, alaban, pero al salir, dejan la fe en la Iglesia; en sus casas, en sus vecindarios o trabajos, solo piensan en ellos mismos, no se nota su fe en su modo de vivir. Deseo que la coherencia caracterice nuestra fe y, como dijo San Agustín, la fe se fortalece dándose.