Queridos amigos, paz y bienestar para ustedes y sus familias. Como quizá ya habrán escuchado, la Iglesia Católica en Estados Unidos está organizando un Avivamiento Eucarístico que ya ha comenzado; luego les avisaremos de algunas actividades que tendremos aquí en nuestra Diócesis. Con ese motivo quisiera ofrecer una breve reflexión sobre la presencia real y verdadera de nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía. Hay personas que dudan o niegan esta realidad, y otros creen que Cristo solo lo dijo simbólicamente. Pero la verdad es que Cristo mismo lo dijo y lo confirmó en los Evangelios, a pesar del asombro de muchas personas que lo escucharon personalmente.
Escuchemos por ejemplo el pasaje de San Juan 6, 52-56 que dice: «Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Jesús les dijo: «En verdad les digo: si no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben su sangre, no viven de verdad. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él».
Creo que estas palabras de Cristo son muy claras. Por eso en cada Misa que celebramos, después de la oración de consagración en la Plegaria Eucarística, Cristo está real y verdaderamente presente sobre el Altar. Las especies de pan y vino se convierten en el Cuerpo y Sangre de Cristo, en una manera mística con su alma y divinidad. Así lo aclaramos en el número 1323 del Catecismo de la Iglesia Católica que dice, ”Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y su Sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la Cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura.” Las apariencias de pan y vino permanecen, pero los que creemos en las palabras de Cristo, al recibir la Comunión, recibimos al mismo Jesucristo, nuestro Señor y Salvador.
Según la intención de Jesucristo, la última Cena no era para celebrarla solo una vez, sino para que sus apóstoles y sucesores la continuaran para siempre en su memoria. El mandato de Cristo es muy claro en el Evangelio de San Lucas 22, 19-20 que dice: “Tomó luego el pan, y dando gracias lo partió y se los dio diciendo: “Este es mi cuerpo que es entregado por ustedes; hagan esto en memoria mía.” Y lo mismo hizo con el vino, “Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes.”
En el número 1324 del Catecismo, también aprendemos que la Eucaristía es “fuente y culmen de toda la vida cristiana. Los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua.”
Finalmente, según nos lo recuerda San Pablo, por la celebración eucarística nos unimos ya a la liturgia del Cielo y anticipamos la vida eterna cuando Dios será todo en todos (cf 1 Co 15,28). En resumen, según San Ireneo de Lyon (Adversus Haereses 4, 18, 5), la Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe cuando dice: “Nuestra manera de pensar armoniza con la Eucaristía, y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar,” y obviamente, también nuestra manera de actuar. Muchas gracias por su atención. Paz y bendiciones para todos.