Por Dr. Rubén Barrón
Este mes la Iglesia Católica en los Estados Unidos celebra la Semana Nacional de la Migración. La ocasión nos invita a reflexionar con oración y compasión sobre las circunstancias de nuestros hermanos y hermanas migrantes. El Papa Francisco nos ayuda a hacerlo recordándonos que “El Reino de Dios se construye con ellos, porque sin ellos no sería el Reino que Dios quiere. La inclusión de los más vulnerables es la condición necesaria para la plena ciudadanía en el Reino de Dios.”
Hoy tengo el privilegio de compartir una breve historia de un joven migrante y su familia, que encarna un espíritu de coraje, esperanza y persistencia contra grandes obstáculos. En ese aspecto, el tema es universal y bien conocido.
Oliver López nació en la Ciudad de México hace 39 años. Cuando solo tenía cuatro años, sus padres decidieron traer a sus dos hijos pequeños al sur de California, donde ya vivían los cuatro hermanos y hermanas de su madre. La noche antes de su partida, su papá decidió no hacer el viaje. Sin embargo, una madre muy valiente y decidida no se desanimó de su deseo fuerte de brindarles a sus hijos oportunidades educativas no disponibles para ellos en su país.
“Crucé la frontera en un auto con mis tíos fingiendo estar dormido. Mientras mi mamá y mi hermano de ocho años cruzaban el desierto.” Si el paso de Oliver transcurrió sin incidentes, su madre y su hermano fueron capturados y detenidos. La práctica de separar los hombres y mujeres en detención causó gran temor en el hermano mayor. La madre afligida suplicó que permanecieran juntos.
Durante varias semanas, Oliver permaneció con sus tíos y primos benévolos, pero sin el consuelo y la seguridad de sus padres o del hermano mayor que idolatraba. “En ese momento, no lo pensé mucho, pero ahora tiemblo pensando en todo lo que podría haber sucedido sin la protección de mis padres.” Otro recuerdo vivido que aún persiste fue su primera probada de pepinos encurtidos.
De acuerdo con el respeto por la educación, ambos niños aprendieron inglés rápidamente y sobresalieron en sus estudios. El hermano mayor se convirtió en un modelo a seguir para el menor. Oliver recuerda que “A los cinco meses de estar aquí, mi hermano y yo nos comunicábamos en inglés. Pronto avanzaron a mi hermano en clases de honor y yo quería hacer lo mismo.”
El éxito escolar fue fácil y les dio a los dos niños un sentido de orgullo por su capacidad de sobresalir. Pero, también se enfrentaron a la realidad de su estatus migratorio y las limitaciones que se les imponian. El hermano mayor fue aceptado en varias universidades prestigiosas, pero no fue elegible para ayuda estatal o becas académicas. No tuvo más remedio que inscribirse en un colegio comunitario.
“Cuando estuve en la universidad, hicimos un viaje a NASA en Houston. Yo tuve que usar mi identificación de estudiante para viajar con mis compañeros porque no tenía ninguna otra forma de identificación.”
“La realidad de los inmigrantes es que pagamos impuestos y seguridad social pero no somos elegibles para ayuda financiera. Mis padres estaban decididos a no ser una carga para la sociedad y no solicitarían ningún servicio de ayuda social.”
Al pesar de los varios obstáculos, su mamá seguía decidida a abrir puertas a sus hijos viendo que ellos permanecían dedicados y motivados para seguir estudiando. Con solo una educación de tercer grado, ella logró gran éxito vendiendo productos de Tupperware y de Mary Kay. Finalmente comenzó su propio negocio.
Con las ganancias de su negocio, la madre pudo ayudar a su hijo mayor a transferir a la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) mientras que Oliver se inscribió en la Universidad de Chapman, donde pudo aceptar algunas becas. Después de graduarse de Chapman, la Universidad del Sur de California (USC) lo aceptó en un programa de bioestadística, donde recibió su doctorado.
La vida de Oliver empezó a cambiar de manera rápida y dramática ya que los frutos de tantos esfuerzos se realizaron. Conoció y se casó con Lucy Domínguez, una activista comunitaria maravillosa quien, en un tiempo trabajó para la Diócesis de San Bernardino. Él Aceptó la posición de profesor de tiempo completo en la Universidad de Chapman donde enseña matemáticas. La pareja joven está criando a su hijo de cuatro años, Francis, que lleva el nombre del Papa Francisco, a quien ellos conocieron en su viaje al recorrer el Camino de Santiago de Compostela durante su luna de miel.
Aunque ha logrado mucho, Oliver no se considera un hombre que ha alcanzado su posición por sus propios esfuerzos. Su viaje le ha enseñado a reconsiderar la noción que trabajando lo suficientemente duro se puede lograr su objetivo. “Trabajar duro es importante, pero necesitas cultivarte y aceptar la ayuda de los demás. Se tiene que considerar que la suerte también hace papel en lo que nos sucede.”
El joven doctor, permanece consciente y agradecido de los sacrificios de sus padres y la visión de un futuro mejor. Sigue agradecido por la ayuda de sus tíos, y el apoyo de sus maestros y amigos cariñosos que lo guiaron e intervinieron por él. Tanto él como Lucy son proactivos en asistir a toda persona que necesite ayuda y especialmente a los más vulnerables de ellos. Ciertamente, el reino de Dios es inclusivo.
El Dr. Rubén Barrón es director espiritual católico y escritor independiente basado en Yorba Linda.