Por Petra Alexander

Nancy Torres tiene 18 años coordinando el grupo de Danza Azteca de Santa María Margarita, en Chino. Su grupo contaba con 60 danzantes, pero después de la pandemia, sólo unos 30 han regresado.

Nancy comenzó a danzar cuando hizo una promesa a Nuestra Señora de Guadalupe debido a un embarazo difícil. Su hijo comenzó a danzar desde su vientre y ella entro danzando a la Iglesia para dar gracias.

Le pido que nos comparta ¿cuál es su conexión entre su danza y su fe católica?

“Dios no necesita la alabanza de los humanos. Él tiene su corte celestial y los seres más sublimes le sirven y le alaban con mayor perfección. Nosotros somos los que necesitamos expresarle a El nuestro amor y reconocimiento. Y se lo expresamos con lo que somos y tenemos.

Se lo expresamos con nuestra humildad en los corazones, con nuestro cuerpo cuando trabaja para su honra y gloria, cuando danza. Se lo expresamos con nuestra cultura, con lo que hemos recibido en nuestros lugares de origen.

Nancy, para muchos es difícil expresar su fe, de hecho, hay personas que sólo repiten fórmulas. ¿Cómo expresarnos con Dios?

Para eso tenemos a Nuestra Madre. El Sí de María. Nuestra Señora de Guadalupe es la inspiración que nos dirige tanto en la alabanza como en la fe.

Nuestra Señora tiene su canto que es nuestro modelo de alabanza. Danzamos para ella como primera evangelizadora que nos trae la Salvación. Danzamos seguros del amor de su mirada, experta en ver al pobre y al humilde.

La danza es una manera de entregarnos totalmente a Ella y unirnos a su canto. Cuando los tambores y los caracoles rompen el viento, pones en sintonía todo tu ser con la creación de Dios.

Danzamos unidos a la alabanza del sol, la luna, la estrellas, la tierra, el fuego y el agua. Como dicen los Salmos: “Todo ser que alienta sobre la tierra, alabe al Señor”. El tambor marca ese ritmo y el caracol nos recuerda ese aliento divino que nos llamó a la existencia y son todas estas cosas las que la Virgen incluye en su mensaje cuando se dirige a Juan Diego, y en Juan Diego a todo su pueblo.

Le pregunto a Nancy si ella ha percibido prejuicio o rechazo hacia sus danzas? ¿qué pasa con la confusión que hay en mentes y corazones cuando no comprenden este lenguaje?

Siempre hay personas que conectan, que se unen en su espíritu a nuestra danza de diferentes culturas, y otros que no, aún de nuestra propia comunidad latina.

Nosotros, los danzantes, nunca danzamos solos, consideramos nuestra danza misionera y evangelizadora, porque es también un testimonio. De igual modo que a un predicador lo pueden desoír, también nos pasa a los que danzamos.

Los danzantes consideramos un llamado, una invitación de Nuestra Señora unirnos en alabanza a nuestro Creador, el Padre; a su Hijo, nuestro Salvador; y a su Espíritu santificador. Por eso se mueven las sonajas para despertar a todos al reconocimiento y la acción de gracias.

El buen misionero sabe que su semilla puede caer en tierra buena o entre piedras y espinas. Eso no desanima, y un buen danzante danza a la Virgen todo el día y toda la noche, sentir sus pies cansados es parte de la ofrenda. Cuando los danzantes perdemos la salud o nos hacemos viejos, entonces llevamos los estandartes o las banderas, y animamos a los compañeros más jóvenes.

Finalmente le pregunto a Nancy qué siente cuando llegan niños y adolescentes que quieren danzar.

Me llena una esperanza y una alegría grandes, porque si hay niños y jóvenes aprendiendo las danzas, quiere decir que seguirán vivas la fe y la cultura.

Ese fue el deseo de Nuestra Madre, que se siga mostrando su amor, ternura y compasión a los hijos de este pueblo.

Ojalá lleguen más, porque tener nuevas generaciones de danzantes en los Estados Unidos nos confirma nuestra vocación misionera. Cada niño que llega a nuestro grupo me hace exclamar: ¡Proclama mi alma la grandeza el Señor!

Petra Alexander es la Directora de la Oficina de Asuntos Hispanos de la Diócesis de San Bernardino.