Por José Luis Elias,
Director de la Oficina de Educación y Formación
El Obispo Gerald R. Barnes siempre ha tenido la preocupación de que cada comunidad parroquial pueda ofrecer un servicio digno a los difuntos y a los seres queridos que les sobreviven, por lo que pidió, desde sus inicios como Obispo de la Diócesis de San Bernardino, que el departamento para la Vida, la Dignidad y la Justicia, ofreciera un entrenamiento en el Ministerio para el Duelo para que los servidores aprendan a desempeñar con gran capacidad este ministerio.
El Obispo Alberto Rojas continúa con este legado y a finales de noviembre recibió el reporte de la Oficina de Educación y Formación donde se comunica que cincuenta nuevos servidores han recibido la formación y el entrenamiento en el Ministerio para el Duelo.
El equipo coordinador encabezado por José Luis Elias, reflexiona que, asistir a nuestros difuntos y consolar a los afligidos, se ha vuelto un verdadero desafío durante las restricciones de la pandemia del COVID-19.
El desafío comienza desde el momento mismo del cuidado del enfermo en etapa terminal pues, confinado a una cama de hospital o de la casa de convalecencia no puede recibir visitas ni sentir el apoyo y consuelo de sus seres queridos.
Para la Iglesia, continuar el ministerio de consuelo y sanación que Jesucristo le encomendó, no es nada fácil en estas circunstancias.
Es por eso que el curso se enfocó mucho en cómo desarrollar habilidades de escucha y acompañamiento.
Como nos dice Elaine Horan, una de las participantes: “He aprendido que el duelo es muy personal y que no hay una forma correcta o incorrecta de sufrir y que escuchar es muy importante”.
El duelo es de por sí una experiencia personal muy difícil y se hace única en cada doliente.
Robert Valdivia, otro participante, comparte: “Me gusta la idea de ser un “compañero de duelo” para aquellos que experimentan la pérdida de sus seres queridos. Me doy cuenta de que no soy terapeuta y solo debo estar allí para escuchar y ofrecer consuelo”.
A la experiencia dolorosa de la pérdida se añaden las causas de la muerte misma.
Por esta razón, se ofreció dentro del curso, por primera vez, un entrenamiento para acompañar a las familias que sufren el trauma de la muerte violenta de un ser querido.
Colaboró en la presentación de este taller la Oficina de Justicia Restaurativa. Marciano Avila y Anna Hamilton recordaron que, “los actos de asesinato imprevistos y violentos sacuden la sensación de seguridad, control y confianza de los sobrevivientes pues, experimentan conmoción, ira, culpa y otras reacciones emocionales intensas que se complican aún más por el sistema de justicia penal, las restricciones de la pandemia y, en ocasiones, por el rol de los medios de comunicación”.
Apoyar a quienes experimentan traumas tan difíciles es, lamentablemente, cada vez más necesario pues, el número de fallecimientos por crimen violento ha crecido mucho en nuestros condados.
A Beatriz Estrada, otra participante, le asesinaron un hijo de 26 años, Joshua Diego, ella comparte: “Recibí mucha ayuda pues, entendí que muchas cosas que siento y que no sabía por qué, son parte del proceso del duelo. Ahora, no solo entiendo lo que pasa en mí y en mis familiares, sino que me siento fortalecida para apoyar a otros que pasan por el mismo dolor”.
El profesor Ernesto Zamora, uno de los instructores, nos hace ver los marcados efectos de la pandemia: “Las necesidades espirituales y emocionales de quienes ahora están viendo morir a sus seres queridos se proyectarán hacia un futuro largo e incierto”.
El tipo de servicio a los dolientes exige pasión y creatividad, y esto dijo al respecto el Diácono Roberto Villatoro, otro de los participantes: “Nuestro apoyo debe darse en persona, virtual y telefónicamente y de esta manera extender la Iglesia hacia ellos”.
Finalmente, la necesidad de esta formación fue descrita muy bien por Teresita de Jesús Torres, otra participante: “No basta con tener ganas de ayudar, se necesita preparación, la actitud de escucha, presencia y amor”.