Queridos amigos, ¡Paz y Vida nueva en Cristo Resucitado, nuestro Dios y Señor!
Espero que sus promesas, oraciones y sacrificios de Cuaresma les hayan ayudado a dejar las oscuridades de este mundo para experimentar Vida Nueva en Cristo y así poder celebrar la Resurrección del Señor con mentes y corazones renovados y transformados. San Pablo nos recuerda que, si Cristo no hubiera resucitado de entre los muertos, vana sería nuestra Fe y escasa sería nuestra Esperanza (1Cor.15,14…) Por eso la Resurrección de Jesucristo es el misterio más importante de nuestra Fe Cristiana; eso hace que la celebración del Domingo de Pascua sea la más grande y solemne del Año Litúrgico.
San Agustín nos enseñaba que en la Resurrección no sólo Cristo pasó de la muerte a la vida, sino que también nosotros pasamos de la muerte a la vida con Él, porque la Iglesia, Cuerpo de Cristo que somos todos los Cristianos, espera la participación definitiva de la victoria sobre la muerte, triunfo manifestado ya en la Resurrección corporal de Jesucristo (Carta 55,2). Con el hecho de nacer y morir, Cristo tenía la mirada puesta en la Resurrección, por la cual estableció los límites de nuestra Fe. La humanidad conocía dos cosas: nacer y morir. Y para enseñarnos lo que no conocíamos, Cristo tomó lo que conocíamos (sermón 229 H,1). Así pues, si se eliminara la Fe en la Resurrección, terminarían todas las enseñanzas Cristianas… Si los muertos no resucitan, no hay vida futura (sermón 361,2…).
Santo Tomás de Aquino decía que “Cristo comprobó su Resurrección de tres maneras: por la Vista, por el Tacto y por el Gusto. Por la Vista cuando dijo ‘Vean mis manos y mis pies’ (Lc 34, 39…); por el Tacto cuando dijo: ‘palpen y vean, que el espíritu no tiene carne;’ y por el Gusto cuando preguntó a sus Apóstoles: ¿Tienen aquí algo de comer?’ Sus Apóstoles fueron testigos oculares de esta experiencia del Cristo Resucitado, lo vieron, lo tocaron y comieron con Él, y así fueron renovados y transformados para siempre. El Papa San Juan XXIII nos recordaba que “Nuestra Pascua es, para todos, un morir al pecado, a las pasiones, al odio, a las enemistades, a todo lo que es fuente de desequilibrio, amargura y tormento en el orden espiritual y material. Esta muerte es, de hecho, solo el primer paso hacia una meta superior: ya que nuestra Pascua es también un misterio de vida” (homilía, 1959).
San Juan Pablo II nos dijo que, en los momentos difíciles de la vida, recordáramos las palabras de Cristo: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt.29,20). Y así, “convencidos de su presencia, no tendremos temores porque su palabra siempre nos iluminará; su Sangre y su Cuerpo serán nuestro alimento y apoyo en el camino hacia la vida eterna. Y la Virgen María, nos guiará en el conocimiento de los misterios del Señor, y del mismo modo que en Ella y con Ella comprendemos el sentido de la Cruz, así también en Ella y con Ella llegamos a captar el significado de la Resurrección, saboreando la alegría que dimana de esta experiencia.”
María Magdalena fue la primera persona que descubrió la tumba vacía, y aunque llena de temor, también compartió con el Cristo Resucitado, y se convirtió en discípula y evangelizadora fiel por el resto de su vida. Queridos amigos, y después de todo eso ¿Que hay para nosotros? ¡Todo! Porque ese Cristo Resucitado se ha quedado con nosotros hasta el fin de nuestros días, como nos lo prometió. Como decía San Gregorio de Nisa, con la Resurrección de Cristo, “El reino de vida ha comenzado, la tiranía de la muerte ha terminado. Un nuevo nacimiento ha tomado lugar, un nuevo orden de existencia ha aparecido, nuestra mera naturaleza ha sido transformada. ¡Este nuevo nacimiento no viene de la voluntad humana, ni del deseo de la carne, sino de Dios mismo!”
Y hablando de esta Nueva Vida en Cristo Resucitado, de una manera hermosa y gráfica, San Gregorio de Nisa nos lo explica así: “La Fe es el vientre que concibe esta nueva vida, y el Bautismo es el renacer que nos lleva a la Luz del nuevo día. La Iglesia es su enfermera; sus Enseñanzas son su leche; el Pan del Cielo es su comida. Y esta vida es llevada a la madurez por la práctica de la virtud, que está ligada a la sabiduría y da nacimiento a la esperanza. Su casa es el Reino, y su rica herencia son los gozos del Paraíso. El fin de esa Vida Nueva, no es la muerte, sino la Vida Eterna, preparada para aquellos que son dignos.” ¡Wao… que belleza!
Y para concluir, San Gregorio de Nisa nos dice: “En este día, Dios creó un Cielo Nuevo y una Tierra Nueva. ¿Qué es este Cielo Nuevo? Es el firmamento de nuestra Fe en Cristo. ¿Qué es esta Tierra Nueva? Un corazón como la tierra que se bebe la lluvia que cae en ella y produce una rica cosecha.” Muchas Gracias por su atención y muy Felices Pascuas de Resurrección para todos.