Por Obispo Alberto Rojas
Queridos amigos, los Sacramentos son eficaces señales sensibles instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia para representar y dar la gracia, la vida divina.
Tenemos Siete Sacramentos de la Nueva Ley en nuestra Tradición Católica. Estos son el Bautismo, la Confirmación, la Eucaristía, la Reconciliación, la Unción de los Enfermos, las Órdenes Sagradas y el Matrimonio.
El Bautismo es el primer Sacramento que debemos recibir, y es un requisito para nuestra salvación.
Jesucristo dio inicio al Bautismo cuando fue bautizado por Juan el Bautista en el Río Jordán (Mt. 3,13). Cristo les dijo a los discípulos, “Nadie puede entrar en el Reino de Dios si no renace del agua y del Espíritu” (Juan 3,5).
Nuestro Señor resucitado dijo, “Todo el que crea y se bautice será salvado; pero quien no crea será condenado” (Mc 16,16). También les dijo a sus apóstoles, “Vayan pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándoles en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mt 28,19).
Como podemos ver, el Señor mismo afirma que el Bautismo es necesario para la salvación. Por ello mandó a sus discípulos a anunciar el Evangelio y bautizar a todas las naciones.
El Bautismo es necesario para la salvación en aquellos a los que el Evangelio ha sido anunciado y han tenido la posibilidad de pedir este Sacramento.
La Iglesia no conoce otro medio fuera del Bautismo para asegurar la entrada en la bienaventuranza eterna; por eso está obligada a no descuidar la misión que ha recibido del Señor de hacer ‘renacer del agua y del Espíritu’ a todos los que pueden ser bautizados. Dios ha vinculado la salvación al sacramento del Bautismo, pero su intervención salvífica no queda reducida a los sacramentos” (CIC-1257).
Según Santo Tomás de Aquino, esto quiere decir que mientras podemos estar seguros de que Dios siempre trabaja a través de los Sacramentos cuando son propiamente conferidos por un ministro, Dios no es vinculado por los Sacramentos en el sentido de que Dios puede y extiende su gracia en cualquier cantidad y manera según su voluntad.
Cada Sacramento debe incluir su Fórmula y su Materia, y nada puede ser cambiado; de otra manera, no sería válido.
En el caso del Bautismo, la Fórmula es, “Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo,” -palabras que se dicen en el momento de derramar el agua sobre la persona o de sumergir a la persona en el agua.
Y la Materia es el agua misma. Así que, cuando el ministro dice, “Yo te bautizo…”, bautiza en la persona misma de Cristo, no en su propio nombre o en nombre de la comunidad.
Al hacer esta clarificación, la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) se refiere a la enseñanza del Concilio Vaticano Segundo, recordándonos que nadie, ni siquiera el Sacerdote puede añadir, remover o cambiar nada en la liturgia por su propia autoridad.
La Iglesia Católica solo acepta los bautismos de otras Comunidades de Fe Cristiana que usen la Fórmula y Materia correctas del Sacramento. Como dijimos, los Sacramentos son señales sensibles, externas, que representan la gracia interna, instituidos por Cristo mismo para nuestra santificación.
Los Sacramentos son eficaces cuando son celebrados dignamente con fe, y confieren la gracia que significan, hacen lo que dicen, y Cristo mismo trabaja en ellos (CIC-1127).
Los signos eficaces del Bautismo son muy claros. Debido a la caída de nuestros primeros Padres, todos nacemos con la mancha del pecado original.
Esta mancha no nos permite vivir en una relación correcta con Dios, aunque fuimos creados con esa intención. Desde la caída, Dios ha estado constantemente llamando a su pueblo a que vuelva a Él.
Finalmente, por la institución del Sacramento del Bautismo y el Misterio Pascual, podemos remover las manchas del pecado original para estar limpios otra vez, pasando a ser hijos de Dios.