Por Petra Alexander

 La Doctrina Social Católica nos recomienda participar de la vida política y ser ciudadanos fieles especialmente en periodos de elecciones. Para alcanzar este propósito, debemos iluminar nuestra conciencia con la doctrina de la dignidad de la persona humana y el valor de la vida. André Bretón afirmó que “la vida es un concepto que la inteligencia se tarda mucho en descifrar”. Aunque parece evidente la diferencia entre lo vivo y lo muerto, hay muchos aspectos para apreciar. Nos ayudaría el asombro de los niños cuando están frente a una mandarina observando los gajos que la componen. Para un creyente, la vida se considera desde la concepción de un ser humano hasta su muerte. Hay más gajos en medio de estos dos momentos, igual de importantes para que la dignidad otorgada por Dios a una persona, se sostenga y se realice.

 

OIP Muchos seres humanos que se preguntan si se le puede llamar “vida” a la experiencia de pobreza extrema, o, ante la falta de seguridad en ambientes de violencia. Cuando es imposible tener una vivienda, o se quedan sin acceso a la educación o, a los servicios de salud o a un abogado en prisión. La política debe poner delante a los seres humanos cuya existencia transcurre en medio de la adversidad, que se sienten más cercanos a la muerte que a la vida. Inmigrantes o refugiados que soñaron una vida mejor, víctimas del tráfico humano, trabajadores, deshabilitados… la buena política escucha estas situaciones donde se repiten las preguntas de Job: “¿Para qué nací?” y les toma en serio.

 Es por eso que la Iglesia afirma que la participación política es una obligación moral. Elegir a las personas que tomarán las decisiones sobre todos los aspectos de la vida, es trascendente. Al analizar las propuestas y posturas de los candidatos, no es cosa de inclinar nuestras simpatías versus antipatías con sus puntos de vista, sino de pensar cómo estarán nuestras comunidades en todos los aspectos de la vida. Cómo estarán los más pobres, los más indefensos, tanto los que no han nacido como los ancianos, los discapacitados, los moribundos. Qué gobernantes necesitamos para asegurar el trabajo digno, las fuentes de empleo. Si los candidatos consideran la solidaridad hacia los más desprotegidos. Quién buscará la paz y la concordia, quién luchará contra el racismo, evitará más divisiones, quién protegerá los derechos humanos y el cuidado del medio ambiente.

 Salud, derechos, educación, vivienda, inmigración, trabajo, justicia, paz, equidad, respeto… ¡Qué paquete tan complejo es la vida! Siempre debe entenderse que se trata de “una mejor vida” y no solamente de sobrevivir. Se busca una vida para nosotros y las generaciones que vienen. La Iglesia llama a esto “El Bien Común”, el buen gobierno procura el mayor bien para todos, no sólo favorece a ciertos sujetos sociales.

 Sabemos que no existen candidatos cuyo perfil responda a todos los aspectos morales de nuestra fe. Entre nuestros santos hay algunos gobernantes excepcionales, como el Rey San Esteban de Hungría o el Canciller de Inglaterra Tomás Moro, San Nicolás de Fueli en la confederación suiza y muchos más. Un buen discernimiento pide comprender el propósito de la política, que desde el punto de vista cristiano no es inscribirse en un partido, sino ejercer un verdadero servicio. Hay que cribar, como los albañiles, las agendas de los candidatos, porque discernir es poner filtros y no ser ingenuos en creer los discursos, las promesas o en dejarnos impresionar por una imagen donde se manifiestan como personas de fe, sino ponerlo todo en contexto social. Cuántas veces hemos escuchado que una cosa es servir al pueblo y otra servirse del pueblo. Para discernir, hay que ser sinceros con la vida en su conjunto, y hacer balance… qué aspectos de la vida se afectan o cuáles se benefician. Formar nuestra conciencia para votar es tarea que no termina, y debemos estar en constante oración para que el Espíritu Santo envíe su inspiración y nuestros gobernantes trabajen por la vida integral.