El próximo santo de los Estados Unidos será el hombre que evangelizó California y está asociado a la fundación de la ciudad de Los Ángeles.

 El Papa Francisco anunció que canonizará al Beato Junípero Serra, OFM, cuando venga a los Estados Unidos en septiembre.

 El Papa dijo a los periodistas que celebrará la canonización en la Basílica del Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción en Washington, DC, ya que éste será un “evento nacional”.

 

 Eectivamente, la canonización del Padre Serra será un hermoso día en la vida de nuestra nación. Será un día para recordar que nuestro estado y nuestro país — en realidad, todos los países del continente americano – nacieron de las misiones cristianas, y fueron construidos sobre fundamentos cristianos.

 Será también un momento para reflexionar sobre los estrechos vínculos espirituales que unen a México, a los pueblos hispanos y a los Estados Unidos. Cuando el Padre Serra vino de España a México en diciembre de 1749, antes de venir a California recorrió a pie cerca de 300 kilómetros para consagrar su misión en el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe.

 Su historia nos recuerda que en el plan de salvación de Dios, la primera predicación del Evangelio en este país fue llevada a cabo por misioneros españoles que venían desde México, bajo el signo de la Virgen de Guadalupe, la estrella resplandeciente de la primera evangelización de América.

 Pero el anuncio del Papa también ha traído a la luz recuerdos difíciles y amargos sobre el trato que se les dio a los indígenas estadounidenses durante el período colonial y misionero de la historia de California.

 La Iglesia ha reconocido y pedido perdón por la crueldad y los abusos de los líderes coloniales e incluso de algunos misioneros. La Iglesia ha reconocido también, con profundo pesar, que el proyecto colonial perturbó y, en algunos casos, destruyó formas de vida tradicionales.

 San Juan Pablo II habló sobre esto en 1987, cuando visitó a California y al suroeste de Estados Unidos, y, nuevamente, durante el examen de conciencia que fue parte de la conmemoración de la Iglesia del año jubilar 2000.

 No podemos juzgar actitudes y comportamientos del siglo 18 de acuerdo a los estándares del siglo 21. Pero las exigencias del amor evangélico son las mismas en todas las épocas. Y es triste pero cierto que, como dijo Juan Pablo II, al llevar el Evangelio al continente americano, “no todos los miembros de la Iglesia estuvieron a la altura de sus responsabilidades cristianas”.

 En efecto, algunos cristianos, “en vez de ofrecer al mundo el testimonio de una vida inspirada en los valores de la fe, consintieron en modos de pensar y actuar que fueron verdaderos motivos de anti testimonio y escándalo”.

 Pero este no fue el caso con el Padre Serra. Incluso los historiadores críticos admiten que él y sus compañeros misioneros fueron protectores y defensores de los indígenas ante la explotación colonial y la violencia.

 El Padre Serra conocía los escritos y la experiencia del misionero dominico, Bartolomé de Las Casas, en América Central. Al igual que de Las Casas, el Padre Serra fue audaz y elocuente en la lucha contra las autoridades civiles para defender la humanidad y los derechos de los pueblos indígenas.

 En mis propios estudios y reflexiones, he llegado a la conclusión de que el Padre Serra debería ser recordado junto a Bartolomé de Las Casas como uno de los pioneros de los derechos y del desarrollo humano en el continente americano.

 Su memorando de 1773, o Representación, al virrey colonial de la Ciudad de México es probablemente la primera “declaración de derechos”, publicada en Norteamérica. En este documento, él propuso recomendaciones prácticas detalladas para mejorar el bienestar espiritual y material de los pueblos indígenas de California.

 Criticó el cruel maltrato que recibían del comandante militar colonial e insistió en que el comandante fuera destituido de su puesto.

 Para evitar abusos en el futuro, el Padre Serra exigió que los misioneros recuperaran la plena autoridad sobre la “formación, gobierno, castigo y educación de los indios bautizados y de los que serían bautizados en adelante”.

 Tal política —concluyó— estaba “en conformidad con la ley natural”.

 Los registros históricos confirman lo que el Papa Francisco piensa: que el Beato Junípero Serra fue un hombre de virtudes heroicas y de gran santidad, que tenía una única y ardiente ambición: llevar la Buena Nueva de Jesucristo a los pueblos del Nuevo Mundo.

 Sean cuales sean las fallas humanas que haya tenido y los errores que haya cometido, no podemos cuestionar el hecho de que vivió una vida de sacrificio y de abnegación. Y murió aquí en California, después de haber dado su vida por amor al Evangelio y al pueblo que vino a servir.

 La canonización del Padre Serra será una señal importante en esta nueva era de la globalización y del encuentro cultural. En nuestra misión continental de la nueva evangelización tenemos mucho que aprender del Padre Serra y de los primeros misioneros del continente americano.

 Los misioneros de esa primera generación eran creativos, y fueron los primeros aprendices de las culturas y los pueblos indígenas que servían. Ellos aprendieron sus idiomas, costumbres y creencias. Y sembraron las semillas del Evangelio para crear una rica civilización cristiana, expresada en poemas y obras de teatro, en pinturas y esculturas, en canciones, oraciones, devociones, en la arquitectura e incluso en leyes y políticas.

 Todo esto debería instruirnos e inspirarnos mientras avanzamos en este camino para llegar a ser la próxima generación de misioneros de California y del continente americano.

 Por eso, recemos unos por otros esta semana, y démosle gracias a Dios por este don que nos hace en nuestro nuevo santo, Junípero Serra.

 Y pidámosle a la Virgen de Guadalupe que nos ayude a seguir con su tarea, que también fue la de los primeros misioneros de América, de llevar a Jesucristo a todos los hombres y mujeres, y de promover la justicia y la dignidad humana.