Por Obispo Emérito Gerald Barnes
Al enterarme del fallecimiento del Papa Francisco, sentí una profunda tristeza. Saber que había estado hospitalizado y que su salud era delicada no me había preparado para la tristeza que experimenté. Fue como si un familiar cercano hubiera fallecido. En medio del duelo, también experimenté un profundo sentimiento de gratitud a Dios por el don que el Papa Francisco había sido para nuestra Iglesia y el mundo.
Tuve tres ocasiones de estar con el Papa Francisco. Una fue en su visita a nuestro país, el Encuentro Mundial de las Familias. Se reunió con una pequeña delegación en Filadelfia, y yo formaba parte de esa delegación. Después se reunió con los obispos en Filadelfia y estuvimos presentes con él en la canonización de San Junípero Serra en Washington D. C. Durante su estancia en Washington, también se dirigió al Congreso, y tuve la bendición de estar presente en esa reunión.
La segunda vez que estuve con Su Santidad fue en la misa que celebró en la frontera. En su visita a México, visitó la ciudad fronteriza de Ciudad Juárez y allí, al otro lado del Río Grande, con vistas a El Paso, Texas, el Santo Padre celebró la Misa. Obispos de ambos lados de la frontera concelebraron. Oramos por los migrantes y refugiados, una preocupación tan querida por el Santo Padre y los obispos.
La última vez que vi al Papa Francisco fue en nuestra reunión Ad Limina en 2020 en el Vaticano. Los obispos de California, Nevada y Hawái se reunieron con él durante tres horas para conversar abiertamente sobre cualquier tema que desearan tratar.
En cada una de estas reuniones, el Santo Padre transmitía un profundo sentido de la hospitalidad. Te hacía sentir bienvenido en su presencia. Nada de intimidación o de inaccesibilidad, sino una sensación de calidez, cariño y pertenencia. Me recordó nuestro valor diocesano fundamental de hospitalidad, donde decimos que todos son bienvenidos, como diría el Papa Francisco: “todos, todos, todos.”
En las conversaciones con el Santo Padre, siempre mostró interés por lo que teníamos que decir. Me dio la sensación de que todos tenemos voz; un papel importante que desempeñar. Lo comparé con nuestro objetivo diocesano fundamental de colaboración.
El Santo Padre demostró nuestro valor fundamental de reconciliación al pedir perdón a quienes la Iglesia ha herido hoy y en el pasado: a los pueblos indígenas, a las víctimas de abuso, a los olvidados, marginados y perseguidos.
Toda la vida del Papa Francisco fue una vida de compartir la fe, otro valor diocesano fundamental. Nos llamó a todos a encontrar al Señor en los demás, especialmente entre los perdidos, los últimos y los más pequeños. Nos llamó a acompañarles y a acompañarnos unos a otros, a salir al mundo, a las periferias y vivir el Evangelio. Se trataba de actuar, de “levantarse y ponerse en marcha,” de combatir la complacencia y la indiferencia, y de ser Peregrinos de la Esperanza.
Me siento muy bendecido y agradecido de que Dios nos haya dado al Papa Francisco como nuestro Santo Padre durante 12 años. Fue una bendición para nuestra diócesis, para la Iglesia y para el mundo. Que descanse en la paz de Dios y que todos continuemos el mensaje del Evangelio que él personificó con su vida. Adelante, siempre adelante.
El Reverendísimo Gerald Barnes es el Obispo Emérito de la Diócesis de San Bernardino.