Por Obispo Alberto Rojas

“Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.”


En su Sermón en el Monte, Jesús le otorga una bella distinción a los que se esfuerzan por sembrar paz en el mundo. ¿Pero qué significa ser un sembrador de paz en el mundo de hoy? Cuando miramos la guerra y la violencia que azotan nuestro mundo puede parecer como un sueño imposible que pudiéramos sembrar semillas de paz y que echen raíces entre las naciones. Sin embargo, es precisamente esto que Dios nos llama a hacer hoy.


En enero el Papa Francisco volvió a llamar por una cesación de fuego a nivel global. El Santo Padre está entristecido y alarmado por la proliferación de la guerra por todo el mundo y la trágica pérdida de vida que está tomando lugar. “O no nos damos cuenta, o nos hacemos que no vemos que estamos a la orilla del abismo,” remarcó el Papa.


Estas son palabras fuertes, pero son verdaderas. Quiero unirme al Papa Francisco en llamar por una cesación de fuego global. Por favor, en el nombre de Dios, pongan un alto a las bombas, los misiles, los tiroteos, los secuestros-y paremos nuestra indiferencia hacia todo esto. Ciertamente nuestro Señor está llorando al ver toda esta crueldad.


Queridos amigos, estamos en el desierto de la Cuaresma, en que enfrentamos el espectro de nuestra mortalidad, y el peso de nuestro pecado. No es coincidencia, que la muerte y la violencia se ven de manera horrenda en el desierto de Gaza, donde miles de personas inocentes han muerto en la guerra trágica entre Israel y Hamas, y también en Latinoamérica donde tantos de nuestros hermanos y hermanas están perdiendo sus vidas por tiroteos indiscriminados y secuestros cada día.


La guerra en Ucrania ha estado en auge por más de dos años, con más de 10,000 ciudadanos inocentes matados en el fuego cruzado, a no mencionar un número mucho más alto de soldados de los dos lados que han muerto. La guerra civil en Myanmar se ha llevado más de 50,000 vidas desde el 2021. En África no menos de 35 diferentes conflictos armados están tomando lugar en países como Nigeria, Sudan del Sur, Burkina Faso, Etiopía, Camerún, Mozambique, y la República Democrática del Congo. En Colombia los grupos armados pasan por las áreas rurales matando y desplazando a miles de familias inocentes y secuestrando a niños. La inestabilidad política en Venezuela y el Ecuador ha abierto la puerta a la violencia armada en esos países. Y esto es solo un breve resumen de la guerra y la violencia que ocurren en todo el mundo.


Se habla de la realidad de la guerra en las Escrituras y en las enseñanzas de nuestra Iglesia, incluyendo la doctrina de “la guerra justa” en nuestro Catecismo. El cual articula que un país puede tomar armas para defenderse bajo una amenaza de daño duradero y grave de otro país, pero solo después de que se hayan agotado todos los posibles medios no-violentos para resolver el conflicto sin éxito. Mientras que el Papa Francisco sigue llamándonos a ser sembradores de paz, está cuestionando la idea de declarar que cualquier guerra es “justa.” Afirma, más bien, que los países tienen todo derecho de utilizar la fuerza militar como una forma de autodefensa contra un agresor cuando medios pacíficos para resolver el conflicto han fallado.
Como en varias áreas de preocupación social, el Santo Padre nos reta a no ser indiferentes a los sufrimientos de los demás. Esto significa no aceptar las terribles consecuencias de la guerra sin primero plantearnos algunas preguntas importantes: ¿realmente se intentó un diálogo entre los países en guerra para resolver el conflicto de antemano? ¿Se están utilizando armas en contra de la población inocente? ¿Se está compartiendo con el público toda la información sobre la naturaleza y el motivo por el combate?


Cuando vemos la escala de destrucción de la guerra y los conflictos armados que ocurren en lugares lejos de donde vivimos, es posible que nos sintamos incapaces de pararlo o afectarlo de alguna manera. Pero podemos ofrecer nuestras oraciones en solidaridad con aquellos que están siendo amenazados y asesinados por la guerra. Podemos orar por la conversión de los líderes de aquellas naciones que están llevando a cabo políticas de guerra; y podemos abogar directamente ante aquellos que nos representan en el gobierno para que utilicen la influencia considerable de los Estados Unidos en los asuntos mundiales para lograr la paz y para que no apoyen a las naciones en guerra con armas y financiamiento.


Sí podemos ser esos sembradores de paz que Jesús nombra en las Bienaventuranzas, y al hacerlo nos convertimos en los hijos de Dios que estamos llamados a ser. Sigo orando por ustedes para que el resto de su camino Cuaresmal sea bendecido.


En la paz de Cristo,
Obispo Rojas