Por Javier Castellanos
Mi experiencia tomando el Curso de Cuidado Pastoral 2020-2021 me llevó a entender mejor el sufrimiento de los demás y a apreciar la importancia de nuestro acompañamiento y cuidado paliativo a los que sufren. Quiero compartir con ustedes mi experiencia en el cuidado que me tocó ofrecer a mi suegra, a quien yo llamaba de cariño, “Mi Chaparrita”.
Ella fue diagnosticada con demencia y cáncer y solicitó que la dejaran ir a su hogar. Ahí pidió que la cuidara su yerno, o sea yo. No quiso que ni sus hijas ni hijos la cuidaran. Mi esposa y yo decidimos dejar nuestros trabajos para dedicarnos a cuidar a mi suegra a tiempo completo. Por un tiempo dejamos, trabajo casa y familia para estar al cuidado de “mi chaparrita”. No fue fácil dejar dos sueldos… Mis hijas y cuñados nos ayudaron con nuestros gastos.
Reflexionamos que, así como el Buen Pastor cuida de sus ovejas y se acuesta en la puerta del corral para cuidarlas, como nos explicó el señor Obispo Rojas en su homilía, así mi esposa y yo nos acostábamos al lado de la cama para cuidar a “mi chaparrita” para que cuando necesitara algo, pudiera contar con nosotros. Por cuatro meses la acompañamos en su enfermedad, y siempre en nuestras oraciones le pedíamos a Dios que nos diera la dicha de estar con ella hasta el último momento de su vida. Dios nos lo concedió, el 4 de julio murió, se quedó dormida, sin ningún dolor, ni un suspiro… Se fue con mucha paz al encuentro del Señor… Me dije yo, ¡misión cumplida con mi chaparrita! Sin embargo, ahora nos toca acompañar a mi suegro en su duelo, por eso, nos seguimos quedando en su casa hasta que él se vea estable emocionalmente. Durante todo este tiempo yo experimenté que Dios nunca nos dejó, pues, no nos hizo falta nada. En San Mateo 9, 12-13 Jesús dijo: “No tienen necesidad del médico los sanos, sino los enfermos. Vayan y aprendan lo que significa: misericordia quiero y no sacrificios”. Yo vi que, en mi caso concreto, la misericordia era cuidar a mi suegra, darle la mejor calidad de vida durante su enfermedad, alimentarla, darle sus medicamentos, bañarla, cambiarla, etc. Lo hice con amor y misericordia y me sentía privilegiado de poder hacerlo…
Podemos tener diplomas, pero, de nada sirven si en nuestro corazón no tenemos amor a Dios y misericordia hacia quienes más lo necesitan. La Madre Teresa dijo que “el amor tiene que ponerse en acción”. Esto me lo reafirmó el curso de Cuidado Pastoral donde aprendí los principios bíblicos y teológicos del cuidado pastoral, así como del acompañamiento a los que sufren. Doy gracias a Dios, por la Diócesis de San Bernardino y la Oficina de Educación y Formación que nos traen estos cursos, por la Universidad Loyola que nos ofrece esta oportunidad de profundizar nuestra fe y entender el servicio a los demás a imitación de Cristo. Doy las gracias a quienes me apoyaron en esta jornada: mi esposa e hijas, mis cuñados, mi amiga Audrey González, y sobre todo, al profesor Ernesto Zamora y a su asistente, Patricia Quirarte, que nos animaron a perseverar hasta el final del curso. ¡Felicito a los hermanos y hermanas con quienes yo me gradué!
Javier Castellanos es un parroquiano de San Columbano, Garden Grove en la Diócesis de Orange.