Por María G. Covarrubias

  A solo tres meses desde la visita del Papa Francisco a los Estados Unidos y la  celebración de la Octava reunión de las familias en Filadelfia, nos  encontramos entrando a la estación de Adviento.  Un tiempo de espera, anticipación y esperanza.  

 Uno de los  eventos más importantes de este año para mí fue el participar en la Octava Reunión Mundial  de las Familias, y ver y escuchar al Papa Francisco. Para mí, los meses de preparación antes de ir a Filadelfia, marcó un peregrinar de casi un año. Este fue un tiempo de preparación, anticipación y esperanza; en el que tuve la oportunidad de participar en reuniones parroquiales, hacer presentaciones para llevar a otros la Buena Nueva sobre éste evento y ser parte del equipo de planeación en todas las diversas  facetas de la preparación e implementación para este maravilloso proyecto.    

 Por  fin llegó la fecha esperada y salimos rumbo a Filadelfia conociendo ya el itinerario propio y el del Papa Francisco.  El grupo de peregrinos de la diócesis fue de casi 80 personas; llegando a Filadelfia el 20 de septiembre por la tarde. Todos mostrábamos una gran alegría de estar allí y llenos de expectativa por los diferentes eventos en los que participaríamos.  

 Yo me sentía agradecida y  gozosa de participar en esta oportunidad única. El estar allí con miles de personas de todo el mundo con el mismo objetivo de celebrar la importancia de la familia era un hecho histórico.  El martes 22 de septiembre, llegamos temprano al centro de convenciones para  la inauguración del evento, el ambiente era acogedor, lleno de alegría y emoción. Grupos de otros países llegaban cantando y con banderines que los identificaban. Saludaban con euforia y algunos regalaban un pequeño recuerdo. La emoción era increíble y contigiosa. Todos éramos católicos y unidos por el mismo fin: La familia. ¡Qué testimonio más profundo para el país, el mundo y la iglesia misma! 

 El evento que para mi resaltó más, fue la Misa de la santificación de San Junípero Serra el miércoles 23 de septiembre. Como todos los días, salimos muy temprano del hotel para llegar a Washington y formar una larga línea para entrar a la celebración litúrgica. Esperamos un poco más de 7 horas antes de que comenzará la misa con el Papa Francisco. Ya cerca de las 4 p.m. se empezaron a  escuchar gritos y aplausos, sabíamos que el Papa estaba llegando a la Basílica de la Inmaculada Concepción. Pudimos verlo al pasar por en medio de la multitud y después al subir al altar para celebrar la misa. ¡Qué emoción y bendición tomar la comunión consagrada por al Papa Francisco! Todo hablaba de Dios y de su infinito amor por todos. 

 Los ojos de todo el mundo estaban puestos en lo que pasaba en esta parte del mundo. Los canales de televisión cubrían cada momento de la visita Papal y del evento de las familias.  Multitudes de gente se congregaban para verlo pasar. La presencia del Papa Francisco impregno todos los ámbitos de la vida de nuestro país durante su visita. Fueron días donde se sintió la presencia y el poder del Espíritu Santo a través de los diferentes mensajes y la forma como la presencia del Papa movía los corazones; mostrando simplicidad y proyectando un énfasis diferente a través de su lenguaje inclusivo. Un lenguaje que hablaba de misericordia, acompañamiento, perdón, colaboración, y el amor incondicional de Dios por todos.  Yo creo firmemente que este tiempo fue un tiempo de misericordia para este país y todos nosotros. ¡Pudimos ver un destello del poder de la fe transformándolo todo!  

 Al celebrar el Adviento, la Navidad  y el comienzo del Año de la Misericordia continuemos con alegría llevando el amor y misericordia de Cristo a los demás. ¡Feliz Navidad y Año Nuevo! 

María G. Covarrubias es la Directora de la Oficina para el Ministerio de la Catequesis de la Diócesis de San Bernardino.