Maria CovarrubiasLa piedra que los constructores rechazaron se ha convertido en la piedra angular... leemos esta declaración varias veces en las lecturas al comienzo de la Pascua. Pedro mismo lleno del Espíritu Santo proclama esto a los ancianos y a los escribas como una respuesta de su pregunta de ¿”Con qué poder o en nombre de quién han hecho esto? Entonces, Pedro proclama con firmeza y convicción: “Ningún otro puede salvarnos, porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos ser salvos”.


 ¡Estas declaraciones son fuertísimas, así como todo lo que sucedió después de la resurrección de Jesús! Las lecturas de los Hechos de los Apóstoles narran el rápido crecimiento y los sucesos de la primera comunidad cristiana. Hubo una transformación visible en aquellos que creyeron en Jesús después de su resurrección. Un fuerte testimonio de la comunidad, el compartir el pan, las oraciones, muchas maravillas y señales formaban parte del espíritu de esta nueva comunidad que se reunían para compartir comidas con exultación y sinceridad de corazón, alabando a Dios y disfrutando del favor con toda la gente. (Actos 2: 46)
 Esta nueva comunidad estaba llena de un nuevo espíritu. El Salmo 118 comienza: “Den gracias al Señor, porque él es bueno, porque es eterna su misericordia. El espíritu de misericordia dio a estas personas un nuevo nacimiento en una esperanza viva a través de la resurrección de Jesucristo. La misericordia de Dios derramándose sobre aquellos que creían era la señal más visible del amor de Dios. La resurrección de Jesús es la obra del amor de Dios por todos nosotros.
 Es Catecismo de la Iglesia Católica explica, Dios, “El que es”, se reveló a Israel como el que es “rico en amor y fidelidad” (Ex 34,6). Estos dos términos expresan de forma condensada las riquezas del Nombre divino. En todas sus obras, Dios muestra su benevolencia, su bondad, su gracia, su amor; pero también su fiabilidad, su constancia, su fidelidad, su verdad. “Doy gracias a tu Nombre por tu amor y tu verdad” (Sal 138,2; cf. Sal 85,11). Él es la Verdad, porque “Dios es Luz, en él no hay tiniebla alguna” (1 Jn 1,5); él es “Amor”, como lo enseña el apóstol Juan (1 Jn 4,8) (CIC 214).
 Hoy, la misericordia de Dios continúa siendo derramada sobre todos y cada uno de nosotros. Muchos signos y milagros están ocurriendo alrededor de nosotros que hablan de este amor divino de Dios por su creación. Nosotros, como los primeros cristianos tenemos que ser atrevidos en la forma en que testificamos de nuestra fe. Debemos asombrarnos del amor y la misericordia de Dios a través de la resurrección de Jesús. El Espíritu Santo reavivará el espíritu de esperanza viva en nosotros si nos rendimos al amor de Dios abriendo nuestros corazones y mentes para recibirlo. Entonces, experimentaremos una intimidad extraordinaria y vivificante con el Dios fiel, que es lento para la ira y abundante en amor firme. ¡Porque Dios es amor!

 Maria G. Covarrubias es la Directora de la Oficina para el Ministerio de la Catequesis de la Diócesis de San Bernardino.