por Petra Alexander

La Iglesia medita en múltiples ocasiones el “Sí” de María. Su fiat, un: acepto que siempre nos resulta impresionante, íntimo y misterioso. Lo que el Ángel le pidió de parte de Dios era como para que lo pensara bastantes veces. Ella aceptó generosa, confiada, y con prontitud se puso en camino a ayudar a su prima. María recibió la evidencia de su embarazo como todas las madres lo experimentan: otro corazón late, un ser se mueve dentro de tí, un modo de amar se estrena… Isabel le reporta que su hijo “saltó de gozo” en presencia de vida sagrada que apenas comenzaba a existir en el tiempo.  Dos mujeres embarazadas se saludan en la carne y en el Espíritu. Seguro que María en casa de Isabel pensaría mucho en José su prometido, qué si le dice o, no lo dice; cómo lo tomaría… 

Con muy pocas palabras el evangelio relata al regreso de María de estar con Isabel,  José se da cuenta del embarazo. ¿Necesita descripción este dolor?  Posiblemente sólo lo comprenden las personas que han sido traicionadas por sus parejas. Es un dolor de lo más humano y contundente, cruza por la decepción, el enojo, la impotencia… la ruptura de las ilusiones, el naufragio de la confianza en el otro...  Cuántas canciones y poesías han hablado de esta herida. José no preguntó a María por los hechos  y al parecer tampoco ella explicó. El pueblo judío tenía en su ley un castigo severo para esta falta, pero José era esencialmente justo. La descripción del justo estaba en los salmos y los profetas. Justo no en el sentido de la justicia humana, sino de la Ley del Señor, la que es perfecta y da descanso al alma. Sal 19, 8 ss (18) Cuánto amaba José a María que no manifestó a las autoridades los hechos, tampoco preguntó a María por el padre, sino que decidió disimular y sacrificar su herida personal. Seguro que José oró intensamente en esos días expresando a su Dios los por qués hasta quedarse dormido. Pero, la fe del humilde abre el cielo y el mensajero del Señor vino en sueños a darle paz. “No temas recibir a tu esposa…” (Mt1,20) El evangelio no nos dice que José hiciera preguntas, o que diera una formal aceptación. El sí de José fue acción. “Despertó José del sueño e hizo tal y como el Ángel del Señor le había mandado”. El sí de José corre paralelo al de su esposa, en José no hay “magníficat”, en José hay un silencio seguido de obediencia y responsabilidad. “Tomó José consigo a su esposa, y sin haberla conocido, dio ella a luz un hijo, a quién él, puso por nombre Jesús”. (Mt 1,25)

Es bueno que en este tiempo de Pandemia el Papa Francisco dirija la mirada de la Iglesia a este silencio llamado José. Hay tanta palabrería, tanta confusión que intoxica con las interpretaciones de lo que pasa y por qué pasa. Es bueno que callemos todas estas voces ante el dolor de quienes más sufren las consecuencias de esta crisis mundial y que pidamos a este hombre Justo nos conceda actuar haciendo el bien a los que amamos. Recuperemos silencio en este año de San José como los enfermos necesitan oxígeno para recuperarse.