por Sr. Mary Garascia, Ph.D.

El Domingo después de la Pascua, el 19 de abril, nuestro Evangelio es la historia de Tomás el Apóstol, el incrédulo que no podía creer en la Resurrección sino le aparecía el Señor y le dejaba tocar sus manos heridas. Heridas: ¿por qué están en el cuerpo resucitado de Jesús? ¿Por qué el Cristo Resucitado aparece herido, en vez de vestido en ropajes brillantes como en el relato de la Transfiguración?

El Jueves Santo oramos en conmemoración de la agonía en el jardín en donde Jesús comienza su pasión, arrestado, flagelado y coronado de espinas. Pero antes que esto, Jesús de Nazaret ya tenía heridas si es que era verdaderamente humano, y nosotros creemos que sí lo era...Como verdadero hombre no podría haber llegado a los 30 años sin haber sido herido. Creo que hablaba desde su experiencia personal cuando le aconsejó a Pedro a que perdonara “setenta veces siete,” y también tomó de su experiencia de perdonar en la cruz cuando oró, “Padre, perdónalos, no saben lo que hacen.” Yo creo que el haber sido rechazado por su propio pueblo Judío lo hirió, y que las críticas que recibió de los oficiales también lo hirieron.

Hacernos conscientes de nuestras heridas es esencial en nuestro camino hacia la santidad. Las heridas no desaparecen, nunca. Como el Cristo Resucitado, las llevamos siempre. Si vamos a ser personas que aman y perdonan como lo quiere el Señor, necesitamos encontrar maneras de trabajar con nuestras heridas, no estar atados por ellas, no ser forzados a reaccionar porque no somos conscientes de ellas. Nuestras heridas son parte de lo que nos hace quienes somos así como nuestros dones, talentos y éxitos en la vida.

Mi imagen personal para todo esto es el encaje- una cosa bella hecha de agujeros alrededor de los cuales está tejido. Cuando me siento enojada o herida, si recuerdo tomar tiempo para reflexionar, veo que son mis heridas las que hablan. Cuando no estoy consciente, cuando no sé que hacer, eso es cuando puedo actuar desde mis heridas a través de reacciones fuertes, ataques, envidias, tratando de obtener poder sobre otra persona, o buscando venganza. Lo maravilloso es que mediante vamos pasando por la vida repetidamente reflejando nuestras heridas, recibimos más comprensión sobre nosotros mismos, más conocimiento de nuestras relaciones con los demás, y así la paz de Cristo puede entrar en nuestros corazones. El icono de la Divina Misericordia simboliza esa luz que sale de las manos heridas de Cristo.

Mientras contemplamos las heridas del Cristo crucificado, también necesitamos reflexionar sobre la naturaleza horrible de lo que le pasó. En su crucifixión, los pecados del mundo salen a relucir: los pecados de un sistema religioso que se protege a sí mismo- Jesús retaba a los rabinos, los Fariseos y Saduceos...No es que solamente pecamos personalmente pero pecamos como un pueblo, como miembros de grupos de todo tipos incluyendo razas y naciones. Las escrituras Hebreas entendían y se arrepentían del pecado del pueblo, pero esta apreciación del pecado colectivo se perdió por un énfasis sobre el pecado individual o personal en el Cristianismo Occidental. Recientemente estamos empezando a comprender cómo los pecados sociales- por ejemplo, la violación de nuestro medio ambiente, la pobreza producida por nuestros sistemas económicos, el racismo, la xenofobia- son agujeros o heridas en la cultura humana de nuestro mundo que nos han marcado a todos. Cuando reflexionamos sobre estos agujeros en nuestra humanidad juntos, y reflexionamos y actuamos como una comunidad mundial, la luz entra.

El Cristo Resucitado con sus heridas nos está diciendo que el hacernos divinos, el hacernos santos, se hace con nuestras heridas, heridas personales y sociales. En la Vigilia Pascual bendecimos un fuego nuevo y cantamos “ O feliz culpa,” con el Cirio Pascual. Porque sin nuestros pecados, que nacen de nuestras heridas, no hubiera un Cristo, quizás Leonard Cohen lo dice de la mejor manera

Suenan las campanas que todavía pueden sonar Olvídate de tu ofrenda perfecta Hay una grieta, una grieta en todo Es así como entra la luz. (Leonard Cohen, Anthem)