Por Hermana Hortensia Del Villar, S.A.C.

 

La muerte de George Floyd nos llama, como personas de fe y personas de buena voluntad, a llorar en solidaridad, a orar, y a tomar acción para oponer el racismo en todas sus formas.

Yo fui bendecida de ser parte de un evento el 2 de junio que incluía estas tres respuestas.  La Coalición para Reformar la Política Pública (Coalition of Rethink Public Policy en inglés), que incluye miembros de la comunidad Afroamericana y de diferentes grupos de fe incluyendo las Congregaciones Unidas por el Cambio (ICUC por sus siglas en inglés), se reunieron para manifestarse en el Centro del Gobierno del Condado de San Bernardino para exigir que el racismo sea declarado como una crisis de salud pública.

En medio de la pandemia del COVID-19, nosotros los participantes usamos mascarillas faciales y observamos las normas del distanciamiento social mientras apasionadamente denunciamos la pandemia del racismo estructural que ha tomado otra vida más, George Floyd.  El murió a manos de funcionarios policiales mientras suplicaba por su vida diciendo, “No puedo respirar.” 

El racismo ha presionado las vidas de nuestros hermanos y hermanas Afroamericanos por un agonizante número de años.  ¿Cómo podemos seguir respirando como sociedad mientras que el racismo ahoga la vida de nuestros hermanos y hermanas? A pesar de que componen solo el 13 por ciento de la población de los Estados Unidos, los Afroamericanos son 2.5 veces más probables que los americanos blancos de ser asesinados por la policía.  Como comunidad de fe, estamos llamados a sostener la dignidad y la igualdad de cada ser humano porque todos fuimos creados a imagen y semejanza de Dios.  La carta pastoral escrita en el 2018 por los Obispos de los Estados Unidos sobre el racismo “Abramos nuestros corazones, el incesante llamado al amor,” afirma fuertemente que “los actos racistas son pecaminosos porque violan la justicia. Revelan que no se reconoce la dignidad humana de las personas ofendidas, que no se les reconoce como el prójimo al que Cristo nos llama a amar (Mt 22:39).” En esta misma carta, los Obispos humilde y honestamente reconocen que “Demasiados católicos buenos y fieles desconocen la conexión entre el racismo institucional y la continua erosión de la santidad de la vida.”

La muerte de George Floyd, y el racismo sistemático que su muerte representa, ha causado protestas y disturbios civiles en diferentes ciudades en los Estados Unidos y alrededor del mundo.  Mientras veía las imágenes de protestas y disturbios civiles en las noticias, recordaba las palabras del Santo Oscar Romero de El Salvador: “No me cansaré de enfatizar que, si realmente queremos ver un final a la violencia, tenemos que eliminar la violencia que se encuentra a la raíz de toda la violencia: la violencia estructural, la injusticia social, la exclusión de los ciudadanos, la represión.” De la misma manera, el Papa Pablo VI, quien fue canonizado el mismo día que Santo Oscar Romero, ofreció un mensaje claro a la comunidad de fe en el Día Mundial de la Paz hace casi 50 años- “Si quieres paz, trabaja por la justicia.”

Un anhelo por la paz auténtica basada en la justicia nos conmovió a muchos de nosotros a participar en la protesta y a estar en solidaridad con nuestros hermanos y hermanas Afroamericanos.  Llegué a la manifestación alrededor de las 9:50 a.m. y fui inspirada al ver al Padre Manuel Cardoza, Párroco de la Iglesia Católica de Nuestra Señora de la Esperanza en San Bernardino, y otros líderes parroquiales también. Mientras escuchábamos con atención uno de los oradores, todos aplaudimos por Rakayla Simpson, una líder de política pública y abogacía de la Fundación Educativa BLU en San Bernardino, quien declaró: “Que las personas negras estén muriendo es un estado de emergencia y si los Centros para el Control de las Enfermedades pueden declarar a la violencia como una emergencia de salud pública, entonces el racismo que causa esta violencia también puede ser declarado como un asunto de salud pública.  Ya basta.”  Se le pidió al Comité de Supervisores del Condado de San Bernardino a que consideren declarar al racismo como una crisis de salud pública en su próxima reunión el martes, 9 de junio. 

La frase “ya basta” resonó profundamente en mi interior.  Después de estas palabras escuchamos el testimonio de una madre que compartió la historia de brutalidad policial contra su hijo.  Acabó su compartimiento con lágrimas repitiendo las palabras: “Estoy cansada de estar cansada. Estoy cansada de estar cansada.  Estoy cansada de estar cansada.” A muchos de nosotros nos conmovió hasta las lágrimas mientras escuchábamos.  El Padre Cardoza, quien podía ver desde lejos, estaba de rodillas.  Durante este tiempo el COVID-19 ha puesto a nuestra nación y a nuestro mundo de rodillas, y nos ha movido a tomar acciones drásticas e imprevistas para proteger las vidas ¿puede ser este un tiempo de gracia en que permitamos al Espíritu a que nos mueva a la acción en tomar pasos nuevos para eliminar el racismo de nuestros corazones, nuestros hogares, nuestras iglesias, nuestra nación y nuestro mundo?

Después de la oración de clausura, en lo que caminaba hacia el estacionamiento, vi un rótulo que decía “El Silencio es Violencia.” Paré. Me sentí confrontada. Me sentí llamada a la conversión.  Recordé, como dice la carta de los Obispos de los Estados Unidos, que “El racismo se presenta de muchas formas. Se puede ver en actos deliberados, pecaminosos...con demasiada frecuencia el racismo se manifiesta en forma de pecado de omisión, cuando individuos, comunidades e incluso iglesias permanecen en silencio y no actúan contra la injusticia racial cuando se la encuentran.”

 

Hacerme consciente de que yo necesito conversión, de que nosotros necesitamos conversión, quizás no parezca un paso drástico para eliminar el racismo.  Sin embargo, puede ser un humilde y poderoso primer paso.  Uno de los mensajes principales de la carta pastoral es el llamado a la conversión: “Lo que se necesita, y lo que estamos pidiendo, es una conversión genuina de corazón, una conversión que obligue al cambio y la reforma de nuestras instituciones y de la sociedad. La conversión es un largo camino para la persona. Llevar a nuestra nación a la plena realización de la promesa de libertad, igualdad y justicia para todos es aún más difícil. Sin embargo, en Cristo podemos encontrar la fortaleza y la gracia necesarias para emprender ese camino.”

Una conversión genuina de corazón es reflejada en una vida que obliga al cambio y a la transformación.  El 3 de junio en su oración por George Floyd, el Papa Francisco imploró, “no podemos tolerar ni ignorar el racismo o la exclusión en cualquier forma y al mismo tiempo pretender defender la santidad de cada vida humana.” En lo que continuamos nuestro llamado urgente a la conversión, reflexionemos sobre estas preguntas:

¿De qué manera me hago ciego al racismo?

¿Cuáles pasos puedo tomar para enfrentar el racismo y la exclusión?

 

La Hermana Hortensia Del Villar pertenece a la comunidad de las Hermanas del Ángel Guardián y sirve como directora de la Oficina de Servicios y Programas Comunitarios.