Por el Padre David Andel, VJ 

 En Mateo 23:37, Jesús se lamenta por Jerusalén, “!Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” Esta es una imagen de cuando los hijos se alejan y la madre va en su busca para juntarlos. Cuando uno regresa a casa otro se va, y la madre sale de nuevo para traerlo de regreso. Es una buena imagen de Dios, nuestro Padre, siempre tratando de reconciliar a Sus hijos consigo mismo y los unos con los otros, haciendo todo lo que Él puede para mantener junta a la familia. 

 En la parábola del hijo pródigo (Lucas 15) vemos un ejemplo de lo difícil que es esto. Como cualquier padre, el padre quiere tener junta a su familia, y quiere que sus hijos se lleven bien. Sin embargo, como en muchas familias, el hijo menor decide dejar la casa del padre que lo ama y “se va” a vivir una vida de pecado. Pasa el tiempo hasta que, como dice san Lucas, “volvió a casa”. El padre lo divisó a lo lejos porque él salía (¿todos los días?) a buscar a su hijo. El hijo menor pide perdón, y el padre irracionalmente – pero alegremente –lo perdona y ofrece una espléndida fiesta en su honor. Porque, como escribe el Papa Francisco en su carta en que presenta el Año de la Misericordia, “La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona”. (El Rostro de la Misericordia, artículo 3). Dios perdona rápida y alegremente a quienes piden Su Misericordia. El amor es un lado de la moneda, y la misericordia es el otro. 

 Cuando el hermano mayor se enteró del regreso de su hermano y la fiesta subsiguiente en la casa, “se enojó, y cuando se negó a entrar en la casa su padre salió y le rogó”. El padre siempre sale perdiendo – en cuanto el hijo menor regresa, el mayor se va. Así que el padre sale otra vez de la casa y le ruega que entre, que perdone a su hermano, que regrese a casa y que se una de nuevo a la familia. 

 Ambos hijos dejaron la casa del padre, y el padre salió dos veces en busca de sus hijos para traerlos de regreso a casa. Él hizo todo lo que pudo para mantener junta a su familia y para reconciliar a sus hijos el uno con el otro. Pudo traer al hijo menor de nuevo a casa, pero no el mayor (o por lo menos no sabemos lo que terminó haciendo el hijo mayor). Uno de los hijos pidió perdón, al otro hijo se le invitó a perdonar. Tanto pedir perdón como perdonar son esenciales en la vida espiritual, y especialmente en la vida familiar. 

 Tanto perdonar como pedir perdón son difíciles, y a menudo toma mucho tiempo antes que estemos listos para cualquiera de los dos. En este Año de la Misericordia, se nos invita a practicar las obras de misericordia corporales y espirituales, una de las cuales es perdonar las ofensas. En su Carta Pastoral sobre el Año de la Misericordia, el Obispo Barnes nos invita a “encontrar espacios para practicar el perdón y la misericordia”. A menudo esos ‘espacios’ son personas. Hay muchas personas en nuestras vidas a quienes necesitamos perdonar, y a quienes necesitamos pedir perdón, especialmente familiares y amigos. Algunos de ellos aún viven, algunos ya murieron. A algunos los conocemos personalmente, pero necesitamos perdonar aun a los que no conocemos personalmente – delincuentes, políticos, grupos completos de personas de otra religión o de otra etnia – quien sea que le guardes rencor. 

  A veces nos encontramos en la situación del hijo menor – humildes y contritos implorando a Dios su misericordia. A veces nos encontramos en la situación del hijo mayor – orgullosos y necios alimentando nuestros rencores y negándonos a perdonar. Pero somos llamados realmente a ser como el padre – a salir en busca de quienes necesitan nuestro perdón y de quienes se niegan a perdonar. 

 Durante este tiempo de Cuaresma y este Año de la Misericordia, a imitación del hijo pródigo, pide perdón a los familiares a quienes hayas hecho daño. A imitación del hermano mayor, deja de lado el rencor y vuelve a casa. Y lo más importante, a imitación del padre, sal en busca de quienes se han alejado y perdona generosa y alegremente. 

El Padre David Andel es el Vicario Judicial de la Diócesis de San Bernardino.